sábado, 17 de noviembre de 2012

Borradores ultimos 17/11/2012


Cosas de Dios. Exclusión, sacrificios de animales, el verdadero Caín, Jesús y la mujer.

Si tienes hombres que excluyan alguna de las criaturas de Dios del refugio de la compasión y la pena, tendrás hombres que actuarán de igual modo con sus semejantes humanos.
Francisco de Asís


    
Extrapolemos esta temática a los sacrificios de animales con los hebreos; remontémonos a la escena cainesca, Abel sacrificando animales. Y un poco más atrás, Yahvé cubriendo a la primera pareja con pieles. Es obvio que se despelleja, mata y jala la pata de un pobre animal. Como que a Yahvé eso del vestido de fibras de plantas, hecho del trabajo autosustentable de Adán y Eva, pero también, más tarde, con Caín y su cosecha hortelana, no le cuadraría. No era el top de aquella moda encuerada. Duro y a la cabeza y tendrás botas de serpiente, abrigo de mink y aureola de angelito cachetón. El colmo es el intento homicida de Isaac en nombre de este Dios voluble y sus adoradores que se muestran clientes de una bipolaridad sanguinaria... Llegamos a los dinteles de Egipto, las puertas del infierno; una carnicería donde se sacrifica a hombres como a corderos, se les extingue derramando su alma esclava en nombre de un sistema absolutista de explotación humana, cuya punta piramidal, teocrática, es el mismo filo asesino. La pirámide es el Faraón, que también es un dios.

La vida es sagrada, solo en actos necesarios se le debe tomar. A la vida se le protege, a veces extremadamente.

No me queda otra hipótesis que asumir que Caín, junto con sus etno-ecologistas padres, es el primer defensor de animales radical. Yendo en contraposición de un sistema sacrificial, ante el acoso ortodoxo y sistemático que se impone: mata a Abel y huye de Yahvé. El mismo esquema es repetido con Moisés en el capítulo del egipcio que maltrata al hebreo. La saga del Éxodo profundiza la lucha a muerte que se suscita en la liberación. Apenas se visibiliza este mismo hilo conductor en Jesús, pero ahí está, al lado del pobre y la mujer, acompaña a los excluidos de la tierra, se inmola como un activista de Greenpeace o de Human rights, defiende a la humanidad de los que imponen el puntapié; su golpeteo, al igual que en Caín o en Moisés, es la denuncia del monstruo edificio que cae del cielo y se erige como una pirámide. Toda pirámide también es un cuadrado de religiosidad aplastante.

A Jesús no lo vemos en esta devoción sanguinaria de animales y exfoliación humana. Entra al templo y lo cuestiona, vuelca las mesas de la especulación cambiaria, pone en fuga el comercio animal. Su heterodoxia para la convivencia de la paz con justicia, es incluyente, sorprende. Alebrestará a los poderes que se creen Dios, que quieren encajar toda forma de vida en el fondo de la miseria. Es asesinado en una escaramuza por los carniceros máximos. En el patíbulo vergonzante estos señores trajeados de cuellos almidonados lo encueran y revisten a placer; ponen en vilo su vida echando suertes sobre su ropa inconsútil [1]. En este frenesí, estos sumos pontífices, reyezuelos y justicieros del imperio, paradójicamente, invocan lo mismo para sí. Como en una representación de confrontaciones disímbolas, frente a un espejo que distorsiona la imagen hasta quebrarla y es hecha pedazos, subsistirá únicamente el personaje real. Jesús también es rey, procurador de justicia, sumo sacerdote y Dios, el verdadero.
  
Empalado como un bistec, como un desobediente de la ley del mercantil rastro del templo y el imperio rastro romano, muere.
   
En la escultura de La piedad de Miguel Ángel Bounarroti, el crucificado es acogido y arropado por los brazos maternos en el descenso de la cruz. En el momento bíblico es acompañado por las mujeres que le resguardan en el vientre de la primigenia madre, la tierra. Ambas figuras parecen apaciguar el desastre. Tierra y mujer, aquí en rápidas pinceladas, suscriben la pugna oriunda de autodeterminación humana. Pies y sombras se han pegado a la tierra como un cordón umbilical, ella nutre de su esencia, sostiene con sus árboles, cobija y alimenta con sus frutos (aún los prohibidos), confirma su lealtad acariciando las plantas de los pies en cada paso andado. Tierra y mujer han sido solidarias hasta el último momento, se han mostrado más benignas y misericordiosas que el estrellado cielo.

La proclama, sin duda, poética, que hacen las mujeres en el Evangelio, es que Cristo había resucitado. Al tercer día huía de las garras de la petrificante muerte. Y como una semilla su flor vencía el sepulcro. Así Jesús se constituía en un auténtico hijo de la tierra. Ahora ya no resultaba difícil confundirlo con un hortelano que ofrecía mejores sacrificios que Abel (Jn 20-15, He 12-24). En su proclama la hecatombe de animales del templo cesaría, Jesús ya había amenazado su destrucción. Así lo interpretaron los primeros cristianos cuando Roma hizo del templo de Jerusalén una pileta de sangre humana. Entre carniceros te veas. ¡Ahí te ves!



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NOTAS (BORRADOR)

1. La túnica del sumo sacerdote estaba hecha de una sola pieza y sin costuras. Esto según Flavio Josefo en Antigüedades de los judíos, III-161. Tal como la túnica de Jesús. Pese a lo dramático y calamitoso del viacrucis, cuando estas vestimentas son confrontadas, inmediatamente, en el primer round, una es hecha añicos. Mateo dice que el sumo sacerdote rasgó su pontificio atuendo (Mt 26,65). Una suerte parecida corre el vestuario imperial, la capa púrpura con la que se le cubrió y escarneció en el patíbulo de la muerte, finalmente es trozada. En esta misma dinámica confrontadora de atuendos; el velo del templo, del Sanctum Sanctorum, la fina estela del corazón de este gran edificio, símbolo de Dios pero también de privilegios y opresión, se rompe frente al espectáculo del hombre desnudo clavado en la cruz. Y el cielo arropado de nubes oscurecidas es escindido por destellantes truenos. Puede resultar casi invisible el autoritarismo que el poder ejerce sobre estos hijos de la tierra. Lo que se nos ha legado en la Biblia son relatos de cuello blanco, desfalcos litero-religiosos muy bien lavados. La imposición es ejercida de manera abusiva hasta en el vestido textual. No sólo en el Nuevo Testamento, con Jesús, hay bullying; en el Génesis queda evidenciado contra estos autóctonos de Adán y Eva que desnudan y revisten como a una Barbie y a un Kent. Suena a violencia xenofóbica que se generaliza y patenta desde la máxima autoridad. Se les obligará a desplazar toda autonomía. El derecho humano parece no existir. Se cede aparentemente y sin ninguna cortapisa ante la supremacía invisible de un poder exterior. Estos primeros personajes serán expulsados y desplazados de su tierra (Gn 3,24). Otra evidencia sobre la violencia que parece circundar a esta gente que se apega a la tierra como a una madre, puede apreciarse en el relato que personifica José el hijo de Jacob. El proceso de su victimización, abuso de poder y traición, le conducirá finalmente a su mercantilización, convirtiéndolo en esclavo, y después a todo Israel en un círculo en ascenso at infinitum. La túnica singular de José evidencia el fatal destino, sus hermanos, pastores consumados, la mancharán con sangre de sus ovejas, simulado ante el patriarca una muerte accidental y hasta trágica, pero natural... La esclavitud supone una verdadera muerte en vida y es asesinato premeditado pues le rodea el acoso, la violencia, el engaño, la explotación, lo inhumano. Todo esto acontece en el seno familiar. No dista mucho de las relaciones de trabajo a la que los gobiernos precipitan a sus ciudadanos, sobre todo a su población más vulnerable, a indígenas, campesinos, niños y mujeres. No es que exista la muerte espiritual por el pecado del alma, existe el pecado estructural que mata y condiciona al prójimo a la miseria humana. Ser pastor, como lo eran los hermanos de José, aquí supone menor arraigo a la tierra; se les describe como personas sin escrúpulos. Para los egipcios el pastoreo es tabú, no así la actividad agrícola, que es la que parece controlar adecuadamente José; esto por el sueño de las gavillas y su posterior desempeño en Egipto; sus cosechas serán las que salvarán a todos de la hambruna. En estas líneas hay dos rutas no claramente acotadas: la campesina y la de pastoreo en su relación cultica y religiosa, representan cosmovisiones distintas, e incluso contrapuestas en sus teologías y estructuras de organización social. En otros términos vemos un campesinado indígena, su folklor, evidenciado en su ropa, costumbres y religión como una amenaza latente y transformadora que se resiste a un sistema imperante de opresión sintetizado por las clases privilegiadas, sacerdotales y monárquicas que avalan los sacrificios, que subsisten siendo parasitarias. El primer sacrificio predispone la hecatombe futura, no sólo de animales, también de gente. Hemos de atribuirle a este campesinado agrícola de Adán y Eva, de Caín, de José, de Jesús, una connotación comunitaria original, de resistencia activa, de lucha por la tierra y su autonomía, que se ve hasta en la ropa. La conquista de Canaán fue más bien una inserción tímida y extranjerizante en estos paraísos terrestres donde se lograron establecer, aunque esto parecerá haber durado apenas un parpadeo. Las culturas que se generan en torno a la tierra son preponderantemente matriarcales (por decirlo burdamente), no invasoras, se resisten a ser absorbidas y atomizadas por lo que parece inevitable y natural: un sistema de poderíos, de apropiaciones privadas y desigualdades absolutas representado en el tipo de hombre de una sociedad jerarquizada; cuyo mundo espiritual parece prolongar esta forma ordenadora y controladora de vida. La religión que se impondrá en Israel, en la práctica, irá desplazando al hombre en su esencia. Finalmente el imperio romano sistematizará un modelo de sociedad y religión basado en la violencia absoluta de un orden mundial; es la antesala de nuestro “orden moderno” que nos tiene en el pináculo del precipicio, empujando la existencia planetaria a su destrucción total, pidiéndonos cerrar los ojos y arrojarnos, cual legión, al despeñadero como aquel ato de cerdos de Gadara.





Iglesia de la mujer


Ah quedado más o menos claro el proceso de la ordenación de la mujer en la Iglesia Nacional Presbiteriana de México, y en qué acabó. Lo que aparecía tras el velo de pietismo presbiteriano era una iglesia homo-autoritaria y homo-biblista. Si miramos a otras iglesias, con sus matices, emulan las mismas prácticas frente a la asignación del poder; la democracia se acapara y congela con oprobiosa desigualdad “refrigeriana”.

Parecería mezquino hablar de esto por aparentar un tema suntuario o de gula revanchista frente a otros temas de urgencia nacional, y aún mundial, sin embargo, no lo es. En el contexto de las dinámicas de violencia hegemónica que sobre la sociedad en su conjunto se implementan, la equidad de género es un termómetro nodal. En el avance de la mujer, sobre la brecha de género, México ocupa el puesto 99 de 134 países. Es decir, en la escala de 10 tendríamos 2.6 de calificación. Por un lado se reafirma aquello que la discriminación es un fenómeno social, y por otro, pone de manifiesto la relevancia de la dimensión del problema y la complicidad de las iglesias.

Es un botón de muestra que se nos atravesó con muy tristes resultados y que haríamos bien en revisar. Las secuelas del caso presbiteriano parecieran más desastrosas que al principio y no apuntan a una iglesia que también sea de la mujer. Es una asignación pendiente de quienes resistieron y querían un cambio. Pero va más allá de las inquietudes de una generación. El pecado acumulado de las iglesias contra la mujer es de siglos. Y el pecado también sería ahora si lo dejamos pasar por creerlo irremediable.
  
Las iglesias disidentes, presbiterianas, pro-mujer, cambiaron todo lo que pudieron o están cambiando ahora mismo. Pero la asignación ha quedado en el aire: una iglesia de unidad e incluyente, una iglesia que sea de todos pero más de la mujer parecería lo lógico y el gran tema a continuar. O es que, ¿se ha luchado por un coto de poder particular en nombre de ella?
  
Las sociedades e iglesias reproducen tipos de hombre, individuos. Según esto estamos reproduciendo mayoritariamente gente homofóbica, sexista, xenofóbica... México ocupa también el segundo lugar en el mundo en explotación sexual infantil (sólo después de Tailandia). Y hay una relación entre autoritarismo y descomposición social. Las fuerzas opresivas que se pueden traducir en desigualdad, empobrecimiento y explotación, en el decremento del bienestar social, en la reducción de las garantías individuales de los derechos humanos, aunado al incremento de la violencia de Estado en su tutelaje de la guerra y la narco-paramilitarización del país, son indicadores que ya alcanzan a todos. Bajo esta lógica de reproducción social habrá miles de víctimas más que serán potencialmente criminalizadas. Y bajo esta sentencia de producción religiosa se estará discriminando no solo a la mujer, también a otros sectores. ¿Quién sigue? Todos seguimos bajo esta lógica.

Si pudiéramos proyectar una tarea que se traduzca en una iglesia de la mujer, que atestigüe lo acontecido y nos reconcilie con ellas verdaderamente.

Una iglesia de la mujer atestiguaría la marginación que la mujer ha sufrido en este proceso inagotable de exclusión. El Concilio, la ruptura, y la contradicción en el caso presbiteriano de México se dieron en nombre de la mujer.
  
El nombre iglesia es una evidencia metafórica de la mujer. Hay rastros exegéticos, en la Biblia, que apuntan a una idea de comunidad de equidad auspiciadora sobre todo para ellas; en los Evangelios, en las figuras de María y Marta, de la propia María madre de Jesús, de María Magdalena y otras mujeres que atestiguarían, primero que nadie, el episodio pascual de la resurrección. Lo que se manifestó fue un movimiento de seguidores y seguidoras de Jesús con relaciones de producción socio-religiosa que desembocaría en una comunidad de creyentes donde todo era de todos y nadie decía ser dueño de algo. Era la utopía posible.

La propuesta está planteada. Sólo en un eje transversalmente ecuménico e interreligioso se podría generar algo que refleje una iglesia de la mujer. No significa que no existan estos procesos de espiritualidad socio-religiosa, los hay, son casi clandestinos, en comunidades “campesindias” donde los fervores masculinos, patriarcales y pro-imperialistas aún se encuentran temperados. Es como regresar a los albores de ese anuncio de mujeres en la resurrección del Hijo del Hombre.


Vox populi-Vox Dei, borregada pantomima de democracia.

Es clara la posición esgrimida por muchos presbiterianos sinceros; de que las bases de las iglesias o las representaciones consistoriales, y no los presbiterios y Asambleas, podrían estar corrompidos. En esta visión, sostenida también por la cúpula presbiteriana, lo están. Pero consecuentemente por artilugios-filtros-multiplicadores-depuradores en proporción inversa a las bases, se salva el proceso haciéndolo “democrático”, “republicano”, “representativo”, “de mayorías proporcionales”, y “bíblico”. Ahora sí lejos de la base femenina, ahora sí homogenizados los presbiterios y Asamblea, se adquiere un infalible y pleno carácter homo-teocrático. Vox populi-Vox Dei, borregada pantomima de democracia. Y la sentencia también es aprender a perder.


Revolución, iglesia en movimiento, el origen.


Y aún con esto sigo pensando que el ejemplo de Jesús nunca fue transformar las estructuras de los poderes fácticos [...] Jesús nunca fue al sanedrín a pedirles que cambiaran su forma de conducirse, nunca se entrevistó con Anás o Caifás para solicitarles que aceptaran su mensaje; tampoco se presentó ante Pilatos para buscar que modificara su representación imperial... Creo que nuestra esperanza está precisamente en saber lo que Miltón Shwantes estaba seguro de afirmar: La iglesia como institución va a desaparecer algún día y las comunidades que permanecerán en la búsqueda de seguir el ejemplo de Cristo volverán a reunirse en casas, en pequeños grupos hasta clandestinos. Eso sin contar con el proyecto de Mundo de Dios que seguirá haciéndose una realidad en las personas que decidan cada día ser mejores seres humanos...
                                                                           Dan González Ortega

No quería sólo responder el comentario convertido en cita, arriba,* como en una calificación puesta al final de curso, que no permite ya cambios. Por el contrario, lo que se intenta es un diálogo que sopese el repliegue del dirismo revolucionario cristiano, sino de todo, sí de una buena parte que se ha ido institucionalizando en las iglesias. Esa contrainsurgencia musitada en panfletos dominicales y sistemas teológicos de todo tipo que han probado su eficaz contribución, pero para el menoscabo humano. Y que se siguen preponderando como recursos salvíficos esperanzadores valiosos, yo más bien diría escapistas y entretenidos, como las tiñas en sangre de indios que Bartolomé de las Casas denunció a los encomenderos, o las propias indulgencias que Lutero zanjaría en un abismo contra la curia latina. Evangelizaciones, estas y aquellas, tan desarticuladas como cualquier placebo inocuo que sumado al mismo cáncer lo hacen más feroz.

Plantarse en la realidad y entonces también en la realidad del Cristo de los evangelios, con sus utopías presentes, inconclusas, alargadas, metafóricas, a veces estancadas, pero sin duda, transformadoras de la realidad.
  
Las utopías cristianas fueron esos isotopos radioactivos incontenibles lanzados en el vientre de un sistema de dominación bestial. La interpretación de las primeras comunidades de creyentes era que, en Cristo, la realidad aplastante había sido herida de muerte. Ésta es la consigna nevotestamentaria. Lo que leemos, y que las primeras iglesias reportaron sobre Jesús y sus seguidores, son atentados directos, no solamente contra las instituciones subrepticias judías, eran contra el mismo sistema absolutista que encarnaba la Roma imperial. “Toda autoridad es puesta por Dios”, es el enunciado teológico-evangélico que, en el Crucificado, y en el Dios que resucitó a Jesús de entre los muertos, en esa fe, los creyentes tienen la fortaleza para la desobediencia y para desautorizar cualquier tiranía. Esto es muy claro en el libro de los Hechos de los Apóstoles cuando el Sanedrín, que representaba la hegemonía vasalla de Jerusalén, confabula e intenta sofocar el naciente movimiento. Tras asesinar al Hijo del hombre, a Jesús, al que apodaban “Cristo”, les ordenarían callar y desistir, encarcelarían y perseguirían a los discípulos. La persecución y el martirio se convertirían en el combustible y en la fuerza dinamizadora de entonces...

Jurgen Moltmann ve en El Dios crucificado un principio empático que la praxis cristiana reprodujo y dramatizó en Jesús, era contra la muerte sistémica. No que los primeros cristianos hubiesen sido ilusos, sino radicales:

“La anticipación del resurgimiento de los muertos en el de Jesús de entre los muertos puede tener un efecto estimulante para hombres abiertos al mundo y al futuro. Pero nada significa, pues no los alcanza, para hombres cerrados al futuro y privados de esperanza, para el hombre encorvado en sí mismo y para el narcisista enamorado tristemente de sí mismo. Sólo los sufrimientos sustituyentes y la entrega de Cristo en su muerte de cruz 'por ellos' lleva esperanza a los desesperanzados, futuro a los condenados a la caducidad y nuevo derecho a los injustos”.
 
“Consumado es”, también es el grito de victoria anticipada desde pináculo de la cruz; es la anticipación de la vida sobre la muerte que se institucionaliza; es el resurgimiento de una sociedad que se reconstruye y encamina hacia la dignidad humana, no a una pax romana, a una verdadera paz con justicia. El reino por el que se trabaja no es como el reino de violencia del mundo romano o antes egipcio y babilónico, ahora estadounidense y de nuestros nacionalismos subordinados al gran capital con sus leyes violatorias planetarias... El movimiento de Jesús amenazaba con revolucionar los cimientos del orden establecido. Intencional o no, los enemigos de Jesús, el poder fáctico, así lo asumieron, por eso trataron de erradicarlo. Pedro y Pablo llegarán como esas astillas que transitan por todo el torrente sanguíneo, acabarán clavados en el mismo corazón de Roma.
 
Las tiranías más que temerles a ejércitos, armas y otros tiranos, le temen al poder de la gente; cuando ésta se organiza y se une como un solo cuerpo y una sola mente, no hay poder mayor, es el poder del mismo Espíritu de Dios en llamas de fuego descendiendo para transformar y humanizar cualquier realidad.

“En realidad, la realidad es la única eterna, nuestro único poder es transformarla” (Mario Benedetti).



Implicar al evangelio es implicarse contra la violencia, es no
violentar a la mujer ni de forma ni de fondo. Es implicarse en su realización y respeto. Parafraseando al evangelio:

“Lo más importante de amar a Dios es amarla a ella, porque uno es esa mujer”.

Hay textos en el Nuevo Testamento, en los evangelios, extrapolaciones seudo-paulinas y otros símiles escriturísticos bíblicos que, como un bypass en el corazón, mantienen la problemática de la mujer, definen el discurso y lo hacen vigente. Podría no haber línea alguna en el texto sagrado que no patentice esta tensión.

Nuestras lecturas bíblicas son un testimonio claro del avasallante dominio del legado de una de estas formas patrimonialistas que se fue erigiendo sobre las demás. También nos muestran los derroteros que le han seguido a la mujer.

Esta homo-escritura-sacra, interpuesta, no se ha ido limpia. El discurso de la mujer no se sepultó del todo, su germen resucitador no fue vencido. Es que, lo que siempre estará en el vilo de la existencia humana es la realización de la vida como proyecto actuante, donde Eva, la madre de todos los vivientes, la mujer, es una protagonista central.

Cristo nació de mujer, los hombres lo mataron. Y ella, la mujer, proclamó su resurrección.

Aún no se ha dicho la última palabra.



El debate de la mujer, ¿hacia dónde va?

Es verdad que el debate de la ordenación de la mujer en México ha sido sostenido desde hace varias décadas. Aunque es reciente, en 2009, cuando su exclusión fue formulada tácita en el juramentado canon constitucional. Esto marca la brecha y un reajuste, tristemente, apenas de consideración para el grueso de las iglesias sumidas en la penuria de su autocompasión.

Los procedimientos que se han seguido dilucidan la forma en que se hace la nueva política presbiteriana, con gran insensibilidad, el golpe avisa.
  
Lo sucedido es una muestra del poder de control, y significa la capacidad de la jerarquía de repetir a berrinche semejantes atropellos, es el poder descontrolado. Ahora las iglesias deberán considerar con cuidado sus autonomías que han sido puestas en riesgo en este incisivo y perverso juego.

Cándido es pensar que se llega a este debate “inocuo” accidentalmente, y muy pretencioso sería llamarlo “cisma”. Cisma es Roma y Constantinopla, dos poderes de la ortodoxia religiosa mandándose a volar.

Hacia donde se va en la próxima reunión “conciliar” es a tratar quitarse una enchinchante molestia de encima.

Hay un tren encarrilado al que no todos están invitados, menos la mujer, ella menos que nadie... ¡Agárrense!



Los cargos falsos de la mujer presbiteriana...


Se le enseña a la mujer que el cargo no es importante, y ciertamente no debería de serlo para nadie, pero los cargos se han fetichizado, adquieren poder y autonomía, controlan, confieren privilegios, se muestran determinantes en la esfera de lo sagrado. Quien tiene el cargo es involucrado, protegido, participa intrínsecamente con más fuerzas y determinación.

Cuando hay un cargo tácito, “existente”, no se puede negar su importancia. Es importante y no sólo para quien lo ostenta. Negarlo es una tautológica contradicción.

Los que enseñan que el cargo no es importante para la mujer son los mismos que poseen privilegios acumulados, cargos, puestos, oficios censados y autorizados. Desde el pastor ordenado, pasando por el predicador con licencia, el anciano gobernante envestido de autoridad, acabando con los presbiterios, sínodos, concilios y la honorable Asamblea con su parafernalita constitución.

No se dice que el puesto no sea importante. Lo que realmente se enseña es que es tan importante que no puede serlo para todos. Entonces viene una lista impuesta y condescendiente, “ordenadora”, otrora, otorgadora de cargos de privilegios.


Uno no debe esforzarse demasiado para entender que en esa lista ordenadora de puestos de privilegio las mujeres no aparecen ni en el último renglón.

Las que aprenden bajo la premisa de la mujer excluida y el hombre con cargos de privilegio, podrán ejercer tal y cual función, pero no estarán amparadas de verdadero valor. Vivirán bajo un cargo falso. Una contradicción injusta y espeluznante para las mujeres presbiterianas de hoy.



El evangelio de los excluidos.


Hay una cuestión inequívoca en el evangelio: no se puede volver atrás; como la energía cinética que surge del movimiento. La predicación del evangelio es la inclusión del ser humano en todos los niveles de la vida, en solidaridad y por pertenencia.

Es el evangelio de los excluidos, y es de ellos más que de cualquiera. Vemos a Jesús con publicanos, revolucionarios, manifestantes, vagos, pescadores, desempleados, migrantes, inconformes; gente catalogada de lo peorcito. Niños y ancianos devaluados le rodean. Mujeres de dudosa reputación son las que le acompañan, solteronas, viudas y prostitutas, y claro que, también afeminados, castrados y homosexuales. Todos los pobres, despreciados y explotados de la tierra, los ‘am ha ’ares, gente socialmente oprimida, violentada y “aplastada”. Personas perseguidas y acosadas, gente en constante movimiento, desplazadas por los poderes fácticos de la tierra. Ellos son ahora el nuevo pueblo en un éxodo de Egipto, su único molde es Jesús, y él su nuevo Moisés, cuya ley es el amor. Y él es como sus seguidores, por eso están con él y le siguen; tiene su rostro cuando le miran, un rostro humano (Mr16.12-13). Atrae como un polo magnético; su evangelio es un viento fuerte que lo abarca todo y resopla en los corazones como una explosión revitalizadora. Las pretensiones de sus seguidores no podrían ser distintas a las de su maestro. Bien le atinan cuando se dice de estos seguidores que son como barcos sin puerto seguro, náufragos paniqueados por las turbulencias que les hunden. ¡Pues cómo no! Si el gran excluido de todos, Cristo, acabó donde acabó, en la cruz, más excluido y proscrito que nunca.

No hay tanto desvió como pareciera. La temática de la mujer excluida del canon presbiteriano o de una homosexualidad que supuestamente seguirá a los pasos de la ordenación de ellas, amenazada con tanta antelación y fobia, son causas de la misma vena, la cascada de la humanidad. “Ustedes son mis amigos y amigas, felices sean porque procuran la paz”, diría Jesús.





Deshonestidad presbiteriana, y humanismo.
   
Es deshonesto lo que se afirma, pues quien promociona la controversial temática de la ordenación de la homosexualidad en la iglesia, son los mismos que han sesgado a la mujer del canon constitucional. Aunque esto surja protocolariamente con un afán pernicioso en algunas iglesias y en sociedades falocentristas-autoritarias, son xenofobias sacralizadas. Como la bala que causa una estampida, ¿se logra? ¿Se motiva el delirio, la paranoia, la homofobia, el feminicidio, la esquizofrenia, el linchamiento, la cerrazón? Generalmente sí. Se lanza la piedra y se esconde la mano. Y como el astuto ladrón que corre gritando: ¡El ladrón, el ladrón, allá va! Así aquí.

Cristo es un humanista de primera, el más humanista de los humanos. Quizá no en el sentido romántico ni renacentista o de los esoterismos modernos, sino revolucionario. Un cristianismo sin este elemento amalgamador y directivo sería un cristianismo fetichista e idolátrico, y según el Nuevo Testamento es sinónimo de anticristo y de una falsa religión. Nuestra sociedad es una sociedad antihumana, y las iglesias están en el filo de esta vertiente de “religiosidades exclusivas”. “Nosotros no somos humanistas”... La iglesia presbiteriana de México, al parecer, ha preferido poner toda su atención y cuidado a lo que produce ganancia, lucro, explotación, desfalco, controversia y miseria. Una adoración así, se vuelve en fumarolas de incienso apestoso. “Hay que cuidar bien a las ovejitas porque ellas producen mucha lana”, pareciera ser la encomienda del nuevo presbiterianismo nacional de acento agringado. Por eso la mujer en la iglesia ha sido relegada a un humano de segunda, y porque no tiene pene. Ellas no importan en su esencia, no se las ordena porque no son como “nosotros”. —Gracias a Dios porque no me hizo mujer—. Esa es la lógica. ¿Quién sigue? ¿Los pobres? ¿Los indígenas? ¿Los solteros? ¿Los eruditos controversiales? En esta idea todos seguimos.

La humanidad es el interés primordial del Dios de Jesús, que es también un humanista empedernido (Juan 3:16).






“Mujer embarazada, de siete meses, predicando en el púlpito, es antiestético, antibíblico, anti… todo”..


“¿Qué pensaríamos si una mujer embarazada de siete meses subiera al púlpito a predicar? La verdad es que lo consideraríamos antiestético, antibíblico, anti… todo”.

Flatus vocis. Estos sentimientos parece que no son humanos. Al menos denotan un sesgo antihumano que ni mi imaginación extrapolada de fantasía conjeturaría. La realidad siempre nos rebasa. Sin duda dirían los estudiosos de las ciencias psicoanalíticas que aquí hay gato encerrado y uno de tal magnitud que dañaría sin miramientos cualquier asomo a sus psicopatías. No es el extremo, pero se encamina como un perro rabioso que huye de la luz mordiendo lo que hay a su paso.

¿Cómo hemos llegado aquí? A acompañar la ideología de un sistema de muerte, de corrupción, de injusticia. De una espiritualidad tan superficial y despreciativa del elemento humano; éste que es tan rico, vital e indómito, por naturaleza.

A nuestros antepasados, los más antiguos, el embarazo de una mujer les sobrecogía, al extremo de pintarla y esculpirla. Su máxima deidad era una mujer voluptuosa y embarazada, ella era la Gran Madre de los hijos de la Tierra. No le temían ni la odiaban, la amaban con extrema reverencia. Eran recolectores y expertos cazadores que no asesinaban a sus presas preñadas...

Una mujer embarazada dio a luz a Jesús al que hemos hecho nuestro Cristo. Las vírgenes embarazadas representan una conexión entre el elemento humano y los lazos más sensibles de afecto con la divinidad, de síntesis planetaria, de solidaridad con la frágil humanidad.

Parece que se le teme, parece que se le odia en la forma más perversa y melindre, por eso esta saña demencial. Y porque en este avistado paradigma de equidad, de equilibrio natural, de inclusión de su graciosa participación podría transformarse todo.

Este elemento suyo, intrincado en su más pura esencia dio a luz una humanidad verdaderamente plena. Así acota el evangelio de Jesucristo. Tales esfuerzos siempre han sido parturientes y sobrehumanos. Toda la tierra, su circunferencia, es un embarazo sietemesino amenazado de muerte y extinción. Nosotros, pobrecillos miopes, estamos en este gran seno materno.
La mujer tiene elementos que están fuera del control de los que se proclaman inequívocos, de los que despliegan el totalitarismo y el poder acérrimo, la exclusión, el puño, el falo violatorio, el arma, lo mío a costa de lo que sea y de la intoxicante ley de los privilegios.

Ella es bella y estética como un santo grial, y como no se le pueden controlar, y como no se le puede adorar, se le somete, se le profana y se le intenta destruir.


“Apareció en el cielo una gran señal: una mujer vestida del sol, con la luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas. Y estando embarazada, clamaba con dolores de parto, en la angustia del alumbramiento... Y el dragón se paró frente a la mujer que estaba para dar a luz, a fin de devorar a su hijo tan pronto como naciese”.








EL ADÁN BABILÓNICO HOY.



Me parece que se oponen a la ordenación de ellas, entre otras cosas, por su convencida soledad masculina. En esta soledad barbárica uno se piensa solo e irrepetible. Y como en el relato de Génesis, un hombre así de solo siempre se encontrará refunfuñando con las bestias, renombrándolas, imitándolas y rumiando pasto como el esplendoroso Nabuco. En esa existencia carente de colectividades, de compromisos morales y éticos, es difícil distinguir a otro. O situado en la antesala operatoria, anestesiado en la ensoñación de Dios; en ese bay pass quirúrgico, con la mente entenebrecida, sus conjugaciones no son menos desastrosas.

            Cuando Adán despierta, a su encuentro con Eva, a la que sin ninguna ostentación homofóbica y sexista llama “varona”, se efectúa una gran transformación. En ese comenzar se reconocen y en ese arriesgar dialogante determinan su existencia y plenitud, crecen. Él y ella ya no serán solamente hombre y mujer, sino humanos.

           El hombre, solo, sin ella, no es más que un bello animal de implicaciones monstruosas.


Ensayos teológicos.

La gracia podría llegar de manera sorpresiva de quién menos pensamos.


Premisas, cosmovisiones o paradigmas diferentes. Como decir que el pobre es pobre por flojo e idiota, y no porque le explotan sistemáticamente habiéndole robado el aliento y hasta las ganas de vivir. Claro que él acaba creyéndoselo, no sólo porque se lo dicen sus explotadores, también se lo repiten los vasallos ideológicos; encantadores de serpientes, teólogos de pacotilla de toda clase de fauna animalesca que, en el reino faraónico, siempre imponen nuevos hechizos; construcciones piramidales mortuorias. Ante esto, la elección de Dios por los pobres y la vida, es una premisa clara y desmitificante. Frente a cualquier poder que oprime está Yahvé rivalizando del lado del oprimido y desposeído. Yahvé y el pueblo se acompañan marchando juntos en nuevas caminatas de fe, hacía una liberación progresiva, revolucionaria y anti-piramidal, siendo germen emancipador, nutriente y cultivador de vida. Ante este parangón de la fe bíblica y cristiana, nuestra postura se vuelve fácil.


Presbiterocracia, la nueva fórmula desprivilegiante.


Hay una insistencia digna de resaltar: que cada iglesia, bajo otras circunstancias, podría decidir y en última instancia adoptar lo que le conviene.
Pero las iglesias ya no son soberanas, perdieron su carácter autónomo, quedaron envueltas en una legislación amañada, impedidas de verdadero poder.
Hoy las iglesias están propensas a los vaivenes de presbiterios cada vez más poderosos, viven coaccionadas bajo la siguiente fórmula: Las iglesias se someten a la voluntad de los presbiterios, principalmente, porque ellos retienen los títulos de propiedad. Esto es lo que determina las relaciones de subordinación. Este es el único razonamiento ratificado desde la Asamblea.
La riqueza comunitaria y los medios sustanciales de las iglesias se volvieron rehenes que se aprisionan desde los presbiterios.
Hoy se vive una “presbiterocracia”, el poder desde los presbiterios. Y los procesos de regulación de derecho eclesiástico quedaron corrompidos. Los presbiterios han quedado protegidos, beneficiándose por encima de las iglesias. No ha sido una reforma constituyente justa e imparcial, aunque alardeen que sí.
Hoy los presbiterios deciden lo que les conviene a las iglesias. Hoy también los presbiterios se ostentan como los nuevos dueños de iglesias.
Desprivilegiar a unos para privilegiar a otros, es el método que a las iglesias puso en este predicamento.
Poder decidir qué quieren, ¿para dónde van? Y, ¿quién les pastorea? Ha quedado determinado por esta graduación privilegiante y sus cadenas que no son tan ilusorias.
Los presbiterios desprivilegiaron a las iglesias, les quitaron poder de decisión. Es el poder privatizado independientemente del estatus federal. Y sugiere que esta rentabilidad, inescrupulosa, se irá agudizando... Este modus operandi se fue personificando hasta encarnar una constitución ad hoc. No sólo se desprivilegia a la mujer, también a las iglesias. Esto estará causando profundas escisiones por contravenir la esencia particular de la fe comunitaria. Las iglesias no son franquicias de McDonald’s.
Bajo esta dinámica de relaciones de poder todo lo que los presbiterios toquen se irá desprivilegiando. Si un presbiterio no respalda a una de las iglesias: ¡Ay de esta iglesia!
Las democracias verdaderas no eliminan a sus minorías, tampoco les roban sus privilegios, ni aplastan sus idiosincrasias. Las respetan y protegen en sus constituciones, así cuando uno fuere minoría sería respetado.
¿Qué queda? Desprivilegiar a los presbiterios, impugnar la constitución, reformarla, mejor aún: revolucionarla, que el poder regrese a las iglesias en su forma más sustancial.



Sobre esta trampa edificaré mi iglesia. Creencias petrabisterianas


Las ideas de Jesucristo eran tan buenas que se tuvo que crear toda la organización de la iglesia para combatirlas.
Augusto Monterroso

Me parece relevante la creencia de que las bases de la iglesia se encuentran representadas en los presbiterios. Pero un asomo a la realidad muestra lo contrario. En las iglesias presbiterianas de México más de la mitad de su población son mujeres, con todo y que son discriminadas, y por su condición sexual impedidas, las miembras pueden votar pero no ser votadas, incongruencia jurídica. ¿Cómo llega su representación al presbiterio cuando ni siquiera traspasa los dinteles del consistorio? No llega, incongruencia democrática. La mujer, siendo mayoría se vuelve minoría marginada, sin una representación auténtica se le invisibiliza, incongruencia ética. Si hombres y mujeres fueran iguales en sus derechos constitucionales ambos podrían tener la posibilidad de acceder al mismo margen de privilegios y obligaciones. Peor aún, las cualidades inherentes de la mujer hacen imposible ese relevo andrógino con que la ostentan, la mujer sólo puede ser representada por ella misma.

Las sociedades de esfuerzo cristiano, con todo, conllevan mejores prácticas democráticas que sus iglesias, en vano.


Consistorio: Junta de gobierno de la iglesia local conformada por hombres, en su mayoría adultos y casados llamados Ancianos Gobernantes, se elige en reunión de Iglesia. También los pastores de la iglesia son miembros del consistorio. Presbítero significa anciano, de ahí lo de presbiteriano.

Presbiterio: Es la asociación voluntaria de 5 iglesias o más, en su representación consistorial,  se reúnen periódicamente. Los presbiterios están compuestos, sobre todo de profesionales de la fe: pastores, seminaristas, misioneras...




Presbiterios capataces constructores de pirámides...



Las iglesias han quedado impedidas de resolver sus asuntos. Los miembros de los presbiterios también presiden los consistorios, así el poder del presbiterio se vuelve múltiple e insidioso, trastoca a las iglesias en su forma más íntima. Las bases y minorías es lo que parece menos importar, se les invisibiliza, e inminentemente sucede la discriminación. Esto ocurrió con la mujer presbiteriana en México. Bajo este “orden” de pantomima democrática las iglesias siempre estarán “enredadas” y sus consistorios menguados, trabajando para una ratificación del presbiterio: capataces constructores de pirámides.

En aquellos días sucedió que crecido ya Moisés, salió a sus hermanos, y los vio en sus duras tareas, y observó a un egipcio que golpeaba a uno de los hebreos, sus hermanos. Entonces miró a todas partes, y viendo que no parecía nadie, mató al egipcio y lo escondió en la arena... Éxodo 2:11



Una aproximación a la teología de Dios padre y madre.


Mujer y liberación (primera parte).

Para nosotros no hay disyuntiva, es por la humanidad, contra el neoliberalismo, es decir, contra el poder. O estas con ellos o estas con la humanidad. Finalmente el neoliberalismo quiéralo o no, aunque meta muchos discursos sobre sus grandes logros económicos [y espirituales], su resultado final será el aniquilamiento de la humanidad. Y no me refiero al aniquilamiento físico, me refiero al aniquilamiento de todos los valores realmente humanos... Para el poder ahora [...] eres un número en una estadística o en un índice de ganancia, o en una nota en la bolsa de valores, eres un consumidor potencial, eres un consumidor en acto, o ya no eres un consumidor y, en este caso, eres prescindible, completamente prescindible. En este caso los indígenas ni eran consumidores, ni productores, ni potenciales, eran perfectamente prescindibles.
El Subcomandante Marcos del EZLN
  
El ser humano es un ser social por naturaleza, y el insocial por naturaleza y no por azar o es mal humano o más que humano... La sociedad es por naturaleza y anterior al individuo... el que no puede vivir en sociedad, o no necesita nada por su propia suficiencia, no es miembro de la sociedad, sino una bestia o un dios.
Aristóteles

El daño cayó sobre mí cuando sólo era un niño... Me arrancó de la niñez demasiado pronto. ¡Arrancado de mi casa siendo niño antes de que pudiera disfrutarla! ¡La oscuridad, un terror de niño, me envolvió mientras el seno materno estaba en mi boca!
Inscripción funeraria.
Tell-el-Amarna, Imperio Nuevo, XVIII Dinastía.
Museo Egipcio de Berlín.

Quien defiende a la creación se defiende y cuida a sí mismo. Es un extraño principio de auto-conservación y solidaridad planetaria. Es así como se puede amar al prójimo, porque uno es ese prójimo. Se protege a la creación entera porque uno está intrínsecamente ligado a ella. Quien defiende a la humanidad se siente aludidamente humano. Entonces ningún afán de autonomía, de sustitución de paradigmas y elección cosmogónica debería resultar descabellado. Porque lo que está en riesgo, aunque no se aprecie, es la vida humana. Así también está planteado el pensamiento bíblico, discurre entre las disyuntivas que surgen de la fe y praxis. ¿A quién se debe preferir amar, a Dios o al prójimo? Las respuestas delinquen cualquier frontera. Con perspicacia el Nuevo Testamento deificará a Jesús en su concreción humana, “le amamos porque él nos amó primero” (1 Jn 4,19).

Pareciera que se condesciende con las premisas que divinizan y privilegian; más bien se les repele como quien ha sido curado de espantos. La divinización priva, acaba en ofuscación idolátrica, en contra-existencia y deterioro de las condiciones de vida. Divinidad y regímenes privilegiantes se han conjuntado a lo largo de la historia en una mancuerna absolutista que reproduce opresión, explotación y muerte.
La teología cristo-evangélica nacía, readquiría un carácter de resistencia y de denuncia profética. Volvía a poner sobre la mesa la tragedia del hombre. Se deslindaba de la institucionalidad del poder que se decía representar a lo sagrado, o ser ello, pero que excluía a la humanidad en su esencia. El mensaje de Jesús se humanaba volviéndose antropológico, anti-teológico y acentuadamente universal. Su práctica exigía una revolución planetaria: “en cuanto lo hiciste a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hiciste”; sino, no, tajará Jesús.
Cristo abandonó a Dios bajo la fórmula que uno mejor prefiera. Pero fue más pródigo que solo dejar al Padre para unirse a la creación. La encarnación del Verbo desembocará en su humanización plena. Se hizo uno con la creación, con la “gente de la tierra”, los de a pie, los que viven al ras del suelo, los de abajo, el pueblo oprimido; los llamados ‘am ha’ares; “gente que no conoce la Ley [transgresores], malditos” (Jn 7, 48s). A estos son a los que considera sus “hermanos”.
  
Humanización y liberación no marchan separadas. Creación y humanidad hermanándose a plenitud será lo verdaderamente sagrado.

Jesús de Nazaret es el nuevo Adán en su versión más cabal, “nacido de mujer”. No se intente mirar esto de color rosa o azul pastel, es color sangre mezclado con tierra y truenos. No se terminará como en la parábola del hijo prodigo y el padre misericordioso; pues Dios, el Padre Celestial, finalmente abandonará al hijo a su suerte uniéndose a esa caravana de muerte de los unigénitos de la creación. Aquí hacen eco el intento homicida de Isaac, la matanza de los niños hebreos, del unigénito del Faraón y otros primogénitos en Egipto, la hija de Jefté, la muerte de los inocentes por Herodes... Estos sistemas que dominan el mundo siempre sacrifican a los que llaman hijos; son los grandes señores que nunca se auto-sacrifican. Se mantienen eternos, potentes y victoriosos. Su vida y poder es la debilidad y muerte de los demás; cosifican y dan un valor variable a todos, venden y traicionan a sus hermanos, crucifican a sus hijos, hacen a su imagen todo lo que tocan; como imanes atraen las durezas más férreas y maldicen matando con su filo torpemente a la creación. El patriarcado es monstruoso y animalesco por donde se le mire; y lo es más para el que no se le parece, de aquí que la mujer y “su simiente” hayan pasado siempre las de Caín.
  
Lo que se asoma a lo largo del texto bíblico es también una bipolaridad extraña en el contexto de la paz, pero cuadra al conjunto de una masculinidad fáctica, de dominación y guerra; se transpira violencia, xenofobia, homofobia, sexismo, discriminación y muerte. En los relatos creacionistas de Génesis el hombre ni siquiera es considerado un hijo; es una criatura insumisa a la que se le expulsa con las manos cubriéndole el rabo. Se aprecia a un Dios por un lado, y todo lo demás, sus criaturas, por otro. Tal parece que desde esta distancia cualquier andanada vital parece desbordar. A la incipiente humanidad se le ve como una costra de mugre y tierra a punto de explotar.
   
En la mente concejal de Dios, fragmentada pero sin disensos, se fragua echar el mal de raíz, intervenir ante los indicios amenazantes:
  
“Y dijo Jehová Dios: He aquí el hombre es como uno de nosotros, sabiendo el bien y el mal; ahora, pues, que no alargue su mano, y tome también del árbol de la vida, y coma, y viva para siempre. Y lo sacó Jehová del huerto del Edén, para que labrase la tierra de que fue tomado” (Gn 3,22-23).
   
Compruébese la sinonimia con este otro texto:

“Y dijo [Faraón] a su pueblo: He aquí, el pueblo de los hijos de Israel es mayor y más fuerte que nosotros. Ahora, pues, seamos sabios para con él, para que no se multiplique, y acontezca que viniendo guerra, él también se una a nuestros enemigos y pelee contra nosotros y huya de la tierra […] Entonces Faraón mandó a todo su pueblo, diciendo: Echad al río a todo hijo que nazca, y a toda hija preservad la vida” (Ex 1, 8s).
   
Cuando limitas algo impides que crezca, reduces la esencia, lo matas.
   
Entre uno más acerca a estos sistemas patriarcales deificados, vigentes y consolidados, parece que más acorazados se vuelven. Son duros por fuera y por dentro, su dureza se encuentra en cada una de sus moléculas. Son como una cebolla con muchas capas de cascaras donde cada unidad es una totalidad homogénea. La reproducción social se hace a todos los niveles, Egipto, Babilonia, Siria, Alejandro Magno, Roma y cada uno de sus soldados…, México mismo es una historia de violencia, de explotación institucional, de desfalco y muerte a todas las escalas de la vida. Vivimos un diosismo deshumanizador que se alimenta de la explotación planetaria: un Carlos Slim se hace con millones de pobres viviendo en el umbral de la muerte, y todo el mundo queriendo ser como él.
   
Lo monstruoso y animalesco es lo antihumano, el sistema que se dice inmutable y destruye a la creación.
    
Regresemos al texto bíblico, sigamos intentando hacer visible lo que se ha ocultado, o no se quiere ver, y es a “ella”, la mujer y su “simiente”.
   
Es Eva a la que se le achaca primordialmente haber llevado a la humanidad al colapso planetario al transgredir la ley de Dios, y una tan simple, aceptémoslo una vez más. El camino se trazó cuando la mujer se detuvo a platicar con la serpiente bajo la sombra del árbol del conocimiento de la ciencia del bien y el mal. Mujer y serpiente metidas en el mismo costal, fue lo peor que les pudo haber pasado, que se les involucrara de esta forma en el “pecado original”.
   
No se escribe, ni menos se repite, por siglos, un texto así, no más porque sí, sin llevar aparejado propósitos y consecuencias descabelladas. Muchas sociedades han justificado el abuso y discriminación con que a la mujer se le trata basado en el prejuicio de tales enseñanzas; así sus omisos feminicidios han quedado impunes y en complicidad con el factor Dios.
    
Desear conocimiento y alimentarse de él. La ofídica la examinó igual que el Diablo probó a Jesús en aquel desierto sin sombras. Cuando la autoridad máxima ha dictaminado que sólo se debe “escuchar y obedecer”, pensar puede ser una trasgresión mortal, pero también no hacerlo. Recordemos a Sherezada, la de Las mil y una noches, la contadora de cuentos que salvaba su vida, y la de muchas musulmanas, en cada relato que en la duermevela disponía para que el rey, su esposo, no la decapitara al amanecer. Pensar es el resultado de la hilaridad de vivir, de crecer, amar, sufrir, ser sensibles y plenos. Pensar es más que simplemente vivir. Es trasgredir las leyes y amenazas de muerte que siempre están latentes, sobre todo en las formas más institucionales e inobjetables posibles. Como la pretendida “Ley de seguridad nacional” cuya sola propedéutica en la Guerra de Calderón ha acarreado más de 60,000 muertos, 15,000 desaparecidos, y una estela de sufrimiento inconmensurable al ciernes de 2011; son leyes de muerte, con sus bajas colaterales, las que se pide aprobar y obedecer ciegamente. Cifras, gente cosificada en números que disfraza el horror. La Llorona está en las calles lamentando el terror, clama ayees por sus hijos y no quiere ser consolada.
   
Pensar es elegir ser solidario con la esencia de lo que se es y de la totalidad planetaria donde uno se sabe finito, no un ser monolítico y eterno. Pensar es bien morir. Y un acto como el de Eva es ante todo una confirmación de que se es homo sapiens sapiens. Pensar es arriesgar la vida a conciencia para protegerla finalmente. De todos modos uno siempre está en riesgo, más cuando se tiene la mente obnubilada en las ensoñaciones ciegas de las obediencias que se revisten de gloriosas pero que son autodestructivas y monstruosas.
   
Lo que se busca bajo el cobijo de aquel árbol, en ese ejercicio de conciencia, de fortalecimiento sapiencial y autonomía indiscutible, es la defensa a ultranza de la vida humana. Dejémonos de baratijas interpretativas, Eva no es el eslabón más débil ni tampoco una arrogante codiciosa que se quería apoderar del huerto o de una eternidad deificada y sensual. El león creé que todos son de su condición y la corona puesta al rey no le deja dormir. Cuando vives para morir cada día se cuenta como una eternidad y cada ser humano es el último ser humano del planeta. El que no sabe de la muerte, ¿cómo puede saber de la vida? Si se ha decidido morir desobediente es porque se prefiere a la esclavitud y a la inoperancia de la mente que impone el yugo. Uno se sabe eternamente humano en lo que lega y no en las efemérides de las promesas.
   
Lo que miramos en el texto del Edén, en el texto de la Tierra, es una sin razón, una muerte impuesta y un aplastamiento de vida pero de la que parece se logrará zafar, no sin hondas heridas, como cuando se despierta de una pesadilla que te inmoviliza en las noches.
  
Estos originarios de la tierra, gente nativa, conocedora los procesos naturales, y que ve, sin duda, su entorno como una ecúmene, una casa sagrada y en la que habitan todos, serán desarraigados del lugar que les originó. La autoridad máxima los echará, arrebatándoles con ello la inocencia. La vida parecerá extinguirse intempestivamente. Jesús hablará que “las zorras tienen madriguera, y los pájaros nido, pero el Hijo del hombre [la humanidad] no tiene donde reclinar la cabeza” (Mt 8,20). Y no tiene lugar por la simple razón de que se lo han arrebatado los zorros reyezuelos Herodes... Nuestra primera madre mitocondrial y padre cromosomático, Adán, que también significa “tierra”, y Eva, “vida”, serán desplazados de su oriundez. El despego de lo que se conoce, de lo que sustenta, bien que mal, la añoranza del “bienestar” se volverá en su contra como un recuerdo mortal y una realidad estrujante. Exilio, expulsión, escape y liberación, adquirirán peculiaridades unísonas.
    
Hay cuando menos dos realidades en estos pasajes, desde donde se escribe y el relato literario en sí. La expulsión aquí no se plantea como un castigo sino como una ejecución desde un poder dictaminador. Yahvé, afectado por la “sospecha” de acontecimientos que podrían tener lugar, decide actuar extrapolándolo todo. Y ahora sí hace cálculos como un estadista, prevenir antes que lamentar y antes que verse equiparado con sus criaturas. Conciliará expulsarlos. A partir de aquí el relato se vuelve frío e impersonal. Mírese bien: la criminalización se instala antes en la escena como una condición siniestra que reduce la esencia formidable de Adán y Eva. Se les ve ahora no como imagen de Dios, sino como una “amenaza”. Es un asunto de “seguridad” desde un parapeto impenetrable de desconfianzas donde quien menos importa son estos primeros humanos. Humanidad plena se criminalizará, y ahora sí estamos haciendo teología desde el poder o del poder. Bien exponen algunos ministros del púlpito que la Biblia no habla de derechos humanos. Allá ellos

Israel siempre experimentó la planta del pie de los poderosos. Y pocas veces logró zafarse tan exitosamente como en el Éxodo de Egipto. Aunque él mismo se convirtió en un oprobio aplastante hacia los más débiles. Cuando pudo también esclavizó y trato con dureza a sus connacionales. Las monarquías israelitas no solo sirvieron para defenderse, rápidamente lograban concentrar poder al aliarse con el imperio en turno. Israel se convertía en una auténtica fuerza mercenaria que se sometía ante los poderosos para privilegiarse y subyugar a otros. Las luchas por el poder, que no es lo mismo que las luchas por la sobrevivencia, fueron fratricidas, y el pueblo empobrecido siempre llevó las de perder. Este es el constante reclamo de los profetas y de Moisés que refiere Abraham al rico atormentado en el infierno de la parábola de Lázaro, y la sentencia de Jesús es clara para el estatus quo. El “esplendor” de Israel más bien parece una alucinación barata. Todo esplendor glorioso ha de considerarse barato, hasta estúpido o cómplice, en tanto no se llegue a un régimen universal de humanidad compartida.
   
Estos textos, tanto el de Génesis 3, como el del Éxodo 1, han partido de formas redaccionales complejas. Aquí solo referimos al núcleo del mensaje de “la caída del hombre”; por involucrar a la mujer de forma tan excepcional.
El epicentro del Génesis se encuentra varios siglos después, tras profundas experiencias de opresión en el Egipto del Éxodo, pero también en las monarquías israelitas y en el cautiverio siro-babilónico y persa; siendo esta posteridad, de donde parte este memorial. Es un prolegómeno extenso y nebuloso, espesado por la forma escritural del lenguaje que impide retener con eficacia los múltiples significados y la desambigües semita de la existencia que resurge de entre los escoyos. Hay formas estructuradas que impiden entender más allá de lo necesario, la escritura es una de estas formas. Por lo menos los Deuterocanónicos y el Nuevo Testamento seguirán asomando y añadiéndose a estas situaciones de opresión y liberación. Grecia y, finalmente, la Roma imperial, también contaminarán la escena bíblica en su conjunto.
Vamos a bajar las apuestas para no herir susceptibilidades; esto también significa que podamos reflejar una realidad subyacente. Hay rastros por todas partes de la esencia femenina y liberadora como una alternativa al mundo de dominación que expone avasalladoramente la bíblica judío-cristiana.








Siempre habrá un orden que desordenar
cuanto antes
mejor
mis huesos
mis recuerdos
mis silencios
todo se halla en su sitio
por lo tanto
ya estoy en condiciones de extraviarlos.*

Hemos de comenzar a descubrir la teología del Dios padre y madre, la teología de los llamados “vencidos”, la teología de los “sin Dios”, la teología de los de abajo y pequeños, la teología de la mujer, en el reflejo del texto avasallante, digno del Dios todopoderoso, más no de la humanidad que resiste con su Cristo resucitado. Sin duda fue la mujer la que le dio a luz, y luego, primero, le proclamó vivo. Si la vida se sometiera a las voluntades que le oprimen hace tiempo que se hubiera extinguido.
   
En otras entregas anticipaba disculpas por las heridas a ocasionar; pero éstas aunque se producen someras no dejan de ser una intromisión desde el confort y desde una seguridad casi siempre miope. Así que pienso dejar de disculparme por lo ponzoñoso que puedan resultar estos escritos, en cambio, procuraré caminar con los ojos bien abiertos para no pisar los pies de quienes caminan en estos senderos poco iluminados. Advierto además que estaremos entrando entre dos o más fuegos de alaraquerismo puro, de Armagedones apocalípticos y guerras santas, suscritas por la teología del stablishment, que ha sido por siglos una verdadera cárcel y cadalso para la humanidad, que le ha detenido en el avance de su liberación y aún desfigurado el rostro.
   
Abi es mi única sobrina natamente “zurda”, es hija de una de mis cinco hermanas. Su zurdes surgía de un gen del que no tengo noticias claras. Sus papás y el núcleo familiar más próximo todos son “diestros” (noten que omito el plural femenino aunque ellas sean más). Comencé a observar su predisposición a utilizar la mano “izquierda”, lo hacía para lanzar la pelota, comer, rayar el cuaderno, o para arrastrar sus cobijas a las que apodaba “esposos”; con ella también tomaba a su muñeca “isha”; la llama así a efecto de su desarrollo linguodental, no porque supiera hebreo. Isha es su “hija”, significa “mujer” en el idioma bíblico. Caigo en la cuenta que su mano más fuerte, la izquierda, siempre estará más cercana a su corazón. Su pequeña autonomía, insumisión, inteligencia, y cariño maternal, me dejaba mucho en qué pesar. Cuando leo a la Eva bíblica, la pequeña Abi siempre me aporta claridad. Todo esto en medio de la confrontación surgida por la ordenación de la mujer en la Iglesia Nacional Presbiteriana de México, resultaba paradójico y revelador. Ese reclamo reivindicador de igualdad, de equidad de género y autonomía, de insumisión, que si bien no era nuevo, nos hacía despertar a un grado mayor de conciencia y de realidades a un pequeño grupo de iglesias, a las que acompañaba desde un estribo, yo colgado como una mosca. Se defendía la causa de la mujer presbiteriana, que era la causa de la mujer en general y de todos en particular. Resultaba inaudita la tozudez de la Asamblea General que en sus discursos y argumentos, pero sobre todo: en la práctica, utilizaba para excluirlas; lo hacía desde el estatus quo, desde la fe y desde una teología que se decía heredera de la única ortodoxia bíblica, jamás apelaría a otras fuentes calvinistas, tampoco escucharía las recomendaciones del Consejo Mundial de Iglesias y de otros organismos eclesiásticos internacionales, no escucharía sino a su propio eco autoritario. Excluía a la mujer desde sus nuevas leyes, desde el somnífero bunker del éxito, cebados de pingüe y paranoico oportunismo, del poder rabioso e incontinente; de sus alianzas con la “derecha” y neo-oligarcas del país, estos sí incubadores del padre de todas las injusticias. Lo arrebataban todo cual aves de presa, no de paloma blanca esparcidora de los dones de paz ostentada en su logotipo. Tras el “Concilio”, en 2011, la Asamblea también rompía relaciones fraternas con la iglesia madre, la Iglesia Presbiteriana de USA, la despotricaba de apocalíptica depravación por ordenar mujeres y aceptar gays. Mataba dos pájaros de un tiro, borraba de un plomazo bíblico-teológico 139 años de filiación fraterna y maternal, que si bien no era la panacea, era una historia de más de un centenar de años de autónoma colaboración que permitió crecer. Así conjuraba la maldad del contagio que se cernía sobre su iglesia, ¡no! Así aislaba a su presa, su botín, cual macho controlador. Apretaba el gañote sacándole una confesión de vasallaje a su grey. Ésta, obnubilada y esquizofrénica por la bruma de la peste incensaria, de las cortinas de humo que le han envuelto, salmodiaba: “Santo, Santo, Santo; toda la tierra está llena de tu gloria”, mientras veía entre sombras como se dirigía a su propia trasquila, a su propia disminución humana.
Francamente creo que fue un vilipendio haber tratado el tema de la exclusión de la mujer presbiteriana en México de la forma que se desarrolló en el debate del Concilio, a la usanza dominical y de una civilidad republicana, cosmetológicamente y al ritmo de la agenda que la Asamblea impuso. Los resultados hablan por sí solos. El estatus constitutivo de la mujer presbiteriana no se movió desde lo aprobado en Mérida, Yucatán, y no lo hizo porque nunca existió. Más ahora era claro que quedaban excluidas de la posibilidad de acceder a los ministerios de ordenanza, alejadas así más de sus “pares” masculinos. Por su parte, las pequeñas iglesias que practicaban una especie de reivindicación igualitaria, ordenando mujeres, fueron las que se vieron en un estado de contradicción, pues de la noche a la mañana estas iglesias se convirtieron en infractoras de las nuevas leyes, entonces también sus autonomías se deslumbraron privatizadas. La Asamblea en Mérida había sido un asalto en despoblado, el Concilio en Xonacatlán, en el Estado de México, era el pellizco en el brazo que indicaba que aquello no era un sueño. Se había golpeado tan fuerte que la inconsciencia era máxima. Aún en el sueño xonacatlense se seguía creyendo que la civilidad presbiteriana regresaría si se atañía al orden y a los procedimientos de la jerarquía institucional...
La suerte de la “disidencia”, pero sobre todo, de la mujer presbiteriana, en México, no se adivina halagüeña. Pero está surgiendo un soplo vital como el que acariciaba la superficie de las aguas terrestres en el origen bíblico que impulsa hoy en dirección contraria a ser de arriba, en dirección a las experiencias de las desordenadas y expulsadas de todos los paraísos. Paraísos donde Cronos devora lentamente a sus hijos que aspiran a ser algo, a ser de arriba y perpetuarse. Paraísos donde no hay prohibiciones ni expulsiones si puedes pagar, es decir, jurar lealtad a lo establecido, someter y ser sometido. Paraísos donde se come de la manzana prohibida, la del esperpento embrujo del capital producida industrialmente, la de Blanca Nieves de Walt Disney a la espera del beso violatorio y principesco que le permita despertar, para según, ser alguien, lejos de los siete enanos capitales, en un fortín aniquilador de otras bellezas y continuar la espiral ascendente cada vez más violenta.

En realidad
la realidad es la única eterna
nuestro único poder es transformarla.*
___________________
* Mario Benedetti





Apócrifos, el poder, la feminidad, la masculinidad, las iglesias y lo sagrado.
A la vida le basta el espacio de una grieta para renacer.
Ernesto Savato.

Sería difícil no apasionarse en una temática donde se involucra el poder, la feminidad, la masculinidad, las iglesias y lo sagrado. Tan es así que desde las primeras épocas del cristianismo acontecieron apasionamientos semejantes, y que los evangelios dejarían constancia.

         Esto también suscitara otra gama de escritos proto-cristianos y apócrifos [1] que apuntalarán, sin empachos, duros cuestionamientos contra el totalitarismo religioso masculino que se asentaba.

        A diferencia de la mera sugerencia en el Nuevo Testamento de la importancia de la mujer. En estos relatos, extra-bíblicos, se subrayará explícitamente la calidad de las discípulas de Jesús [2]; a María Magdalena se le sostendrá como una protagonista que estará siendo confrontada por la avasallante personalidad de los discípulos y el acoso oficioso de Pedro. Más aún, se la describe como la más íntima de los apóstoles y la depositaria de la continuidad y obra del Maestro. El Evangelio de Felipe, por ejemplo, tampoco es ambiguo a relacionar a Jesús con ellas, y dice:
"Eran tres las mujeres que siempre caminaban con el Señor: María su madre, su hermana y Magdalena, a la que llamaban su compañera".
        Todos sabemos en qué finalizó esto, que bien pudiera ser un mito o metáfora, pero se conformaría un poderío sin paragón de la figura de Pedro que la Iglesia de Roma ostentaría, en un papado netamente masculino, en línea directa con el antiguo pescador.
         Bien o mal, así se interpretó el Apostolado. María Magdalena, curiosamente, de Apostola apostolorum, Apóstola de los apóstoles, como le llamó San Jerónimo, el padre de la exégesis bíblica, sería convertida en un personaje de segunda, casi invisible, y a lo menos en la prostituta más famosa de todos los tiempos.
         Junto con Magdalena y otros personajes de la Biblia, la mujer en las iglesias, ha sido relegada a una modalidad de ídolo fetichizado, adorno, de rating iconoclasta, símbolo y presencia sin ningún poder resucitador. Desaforada ha sido llevada por el vaivén de políticas y comprensiones homocentristas humillantes.

         No sé si exagere al decir que la iglesia sin la mujer, sin su entera y graciosa participación, se ha perdido de la mitad de todo; pero sería la perdida de una mitad retroactiva, multiplicada y acumulada por los siglos. Y lo que ahora tenemos por mundo, es sólo una sombra empobrecida, en el pecado llevamos la penitencia, es la soledad planetaria. Tal como en el principio, un mundo aparentemente “abundante”, lleno de todo, de Dios, pero sin la mujer el resultado no tiene sentido (Gn 2,20). No olvidemos que ella es la madre de los vivientes, tiene la fuerza y consigna natural de dar vida. La iglesia, sin la mujer, es justamente un fantasma. Ella es el cuerpo de donde nacemos y nutrimos.

         Vivimos en una crisis de inmensa inconsciencia; de sometimiento a un régimen mundial que produce grandes cantidades de miseria humana. Todo lo sutil, frágil, sublime y comunitario, está siendo amenazado de muerte y extinción.

         Fue muy triste que la Iglesia Nacional Presbiteriana de México, en su última Asamblea, en una reunión más parecida a un mitin político, donde asistiría, paradójicamente, la gobernadora del Estado de Yucatán [3], el pleno tomara cero minutos y una postura despótica y machoril, excluyendo de manera oficial y tramposa a la mujer presbiteriana del canon constitucional. Así ellos se apropiaron villanamente, aunque digan que democráticamente, de “privilegios” que también les pertenecían a ellas, y a todos.

         Así como Jesucristo pidió agua a la samaritana para saciar su sed. Así deberíamos pedir agua, de ella, de la mujer. Con suerte y sus aguas aún no han sido contaminadas con nuestras vilezas.





__________________  1.   El calificativo de “apócrifo”, derivado del verbo griego apocrýptō (apartar, esconder debajo o atrás de algo, reservar), ha venido a reducirse en el uso más amplio a los libros paralelos de los bíblicos pero sin el connotado don de la inspiración divina. En este sentido los apócrifos del Nuevo Testamento son obras que incluyen en su clasificación evangelios, hechos, epístolas y apocalipsis. Con esta denominación entendemos que tales libros son paralelos a los bíblicos. Los evangelios apócrifos tratan en alguna medida de los sucesos y personajes de los evangelios sagrados. Los personajes más representados son Jesús, María, José. Los sucesos son los relativos a la concepción y nacimiento de Jesús, su muerte y resurrección.
2.    Un ejemplo: aunque Felipe es el protagonista de este escrito, el Salvador recomienda a Mariamne, hermana de Felipe, que ayude a su hermano en las tareas de la evangelización, trazando un carácter del apóstol como de hombre inseguro en sus determinaciones. Y aunque lo califica de “audaz e irascible”, reconoce que necesita apoyos puntuales, y pide a la sacrificada mujer, que no lo deje solo porque podría “crear problemas a la gente” (Hechos de Felilpe 8,95).