Cosas de
Dios. Exclusión, sacrificios de animales, el verdadero Caín, Jesús y la mujer.
Si tienes hombres que excluyan alguna
de las criaturas de Dios del refugio de la compasión y la pena, tendrás hombres
que actuarán de igual modo con sus semejantes humanos.
Francisco de
Asís
Extrapolemos
esta temática a los sacrificios de animales con los hebreos; remontémonos a la
escena cainesca, Abel sacrificando animales. Y un poco más atrás, Yahvé
cubriendo a la primera pareja con pieles. Es obvio que se despelleja, mata y
jala la pata de un pobre animal. Como que a Yahvé eso del vestido de fibras de
plantas, hecho del trabajo autosustentable de Adán y Eva, pero también, más
tarde, con Caín y su cosecha hortelana, no le cuadraría. No era el top de aquella moda encuerada. Duro y a la cabeza y tendrás botas de
serpiente, abrigo de mink y aureola de angelito cachetón. El colmo es el
intento homicida de Isaac en nombre de este Dios voluble y sus adoradores que
se muestran clientes de una bipolaridad sanguinaria... Llegamos a los dinteles
de Egipto, las puertas del infierno; una carnicería donde se sacrifica a
hombres como a corderos, se les extingue derramando su alma esclava en nombre
de un sistema absolutista de explotación humana, cuya punta piramidal, teocrática,
es el mismo filo asesino. La pirámide es el Faraón, que también es un dios.
La vida es
sagrada, solo en actos necesarios se le debe tomar. A la vida se le protege, a
veces extremadamente.
No me queda
otra hipótesis que asumir que Caín, junto con sus etno-ecologistas padres, es
el primer defensor de animales radical. Yendo en contraposición de un sistema
sacrificial, ante el acoso ortodoxo y sistemático que se impone: mata a Abel y
huye de Yahvé. El mismo esquema es repetido con Moisés en el capítulo del
egipcio que maltrata al hebreo. La saga del Éxodo profundiza la lucha a muerte
que se suscita en la liberación. Apenas se visibiliza este mismo hilo conductor
en Jesús, pero ahí está, al lado del pobre y la mujer, acompaña a los excluidos
de la tierra, se inmola como un activista de Greenpeace o de Human rights,
defiende a la humanidad de los que imponen el puntapié; su golpeteo, al igual
que en Caín o en Moisés, es la denuncia del monstruo edificio que cae del cielo
y se erige como una pirámide. Toda pirámide también es un cuadrado de
religiosidad aplastante.
A Jesús no
lo vemos en esta devoción sanguinaria de animales y exfoliación humana. Entra
al templo y lo cuestiona, vuelca las mesas de la especulación cambiaria, pone
en fuga el comercio animal. Su heterodoxia para la convivencia de la paz con
justicia, es incluyente, sorprende. Alebrestará a los poderes que se creen
Dios, que quieren encajar toda forma de vida en el fondo de la miseria. Es
asesinado en una escaramuza por los carniceros máximos. En el patíbulo
vergonzante estos señores trajeados de cuellos almidonados lo encueran y revisten
a placer; ponen en vilo su vida echando suertes sobre su ropa inconsútil [1].
En este frenesí, estos sumos pontífices, reyezuelos y justicieros del imperio,
paradójicamente, invocan lo mismo para sí. Como en una representación de
confrontaciones disímbolas, frente a un espejo que distorsiona la imagen hasta
quebrarla y es hecha pedazos, subsistirá únicamente el personaje real. Jesús
también es rey, procurador de justicia, sumo sacerdote y Dios, el verdadero.
Empalado
como un bistec, como un desobediente de la ley del mercantil rastro del templo
y el imperio rastro romano, muere.
En la
escultura de La piedad de Miguel
Ángel Bounarroti, el crucificado es acogido y arropado por los brazos maternos
en el descenso de la cruz. En el momento bíblico es acompañado por las mujeres
que le resguardan en el vientre de la primigenia madre, la tierra. Ambas
figuras parecen apaciguar el desastre. Tierra y mujer, aquí en rápidas
pinceladas, suscriben la pugna oriunda de autodeterminación humana. Pies y
sombras se han pegado a la tierra como un cordón umbilical, ella nutre de su
esencia, sostiene con sus árboles, cobija y alimenta con sus frutos (aún los
prohibidos), confirma su lealtad acariciando las plantas de los pies en cada
paso andado. Tierra y mujer han sido solidarias hasta el último momento, se han
mostrado más benignas y misericordiosas que el estrellado cielo.
La proclama,
sin duda, poética, que hacen las mujeres en el Evangelio, es que Cristo había
resucitado. Al tercer día huía de las garras de la petrificante muerte. Y como
una semilla su flor vencía el sepulcro. Así Jesús se constituía en un auténtico
hijo de la tierra. Ahora ya no resultaba difícil confundirlo con un hortelano
que ofrecía mejores sacrificios que Abel (Jn 20-15, He 12-24). En su proclama
la hecatombe de animales del templo cesaría, Jesús ya había amenazado su
destrucción. Así lo interpretaron los primeros cristianos cuando Roma hizo del templo
de Jerusalén una pileta de sangre humana. Entre carniceros te veas. ¡Ahí te
ves!
_____________
NOTAS (BORRADOR)
1. La túnica del sumo sacerdote estaba
hecha de una sola pieza y sin costuras. Esto según Flavio Josefo en Antigüedades de los judíos, III-161.
Tal como la túnica de Jesús. Pese a lo dramático y calamitoso del viacrucis, cuando estas vestimentas son
confrontadas, inmediatamente, en el primer round, una es hecha añicos. Mateo dice que el sumo sacerdote rasgó su
pontificio atuendo (Mt 26,65). Una suerte parecida corre el vestuario imperial,
la capa púrpura con la que se le cubrió y escarneció en el patíbulo de la
muerte, finalmente es trozada. En esta misma dinámica confrontadora de
atuendos; el velo del templo, del Sanctum
Sanctorum, la fina estela del corazón de este
gran edificio, símbolo de Dios pero también de privilegios y opresión, se rompe
frente al espectáculo del hombre desnudo clavado en la cruz. Y el cielo
arropado de nubes oscurecidas es escindido por destellantes truenos. Puede
resultar casi invisible el autoritarismo que el poder ejerce sobre estos hijos
de la tierra. Lo que se nos ha legado en la Biblia son relatos de cuello
blanco, desfalcos litero-religiosos muy bien lavados. La imposición es ejercida
de manera abusiva hasta en el vestido textual. No sólo en el Nuevo Testamento,
con Jesús, hay bullying; en el Génesis queda evidenciado contra estos autóctonos de Adán y Eva
que desnudan y revisten como a una Barbie y a un Kent. Suena a violencia
xenofóbica que se generaliza y patenta desde la máxima autoridad. Se les
obligará a desplazar toda autonomía. El derecho humano parece no existir. Se
cede aparentemente y sin ninguna cortapisa ante la supremacía invisible de un
poder exterior. Estos primeros personajes serán expulsados y desplazados de su
tierra (Gn 3,24). Otra evidencia sobre la violencia que parece circundar a esta
gente que se apega a la tierra como a una madre, puede apreciarse en el relato
que personifica José el hijo de Jacob. El proceso de su victimización, abuso de
poder y traición, le conducirá finalmente a su mercantilización, convirtiéndolo
en esclavo, y después a todo Israel en un círculo en ascenso at infinitum. La túnica singular de José evidencia el
fatal destino, sus hermanos, pastores consumados, la mancharán con sangre de
sus ovejas, simulado ante el patriarca una muerte accidental y hasta trágica,
pero natural... La esclavitud supone una verdadera muerte en vida y es
asesinato premeditado pues le rodea el acoso, la violencia, el engaño, la explotación,
lo inhumano. Todo esto acontece en el seno familiar. No dista mucho de las
relaciones de trabajo a la que los gobiernos precipitan a sus ciudadanos, sobre
todo a su población más vulnerable, a indígenas, campesinos, niños y mujeres.
No es que exista la muerte espiritual por el pecado del alma, existe el pecado
estructural que mata y condiciona al prójimo a la miseria humana. Ser pastor,
como lo eran los hermanos de José, aquí supone menor arraigo a la tierra; se
les describe como personas sin escrúpulos. Para los egipcios el pastoreo es
tabú, no así la actividad agrícola, que es la que parece controlar
adecuadamente José; esto por el sueño de las gavillas y su posterior desempeño
en Egipto; sus cosechas serán las que salvarán a todos de la hambruna. En estas
líneas hay dos rutas no claramente acotadas: la campesina y la de pastoreo en
su relación cultica y religiosa, representan cosmovisiones distintas, e incluso
contrapuestas en sus teologías y estructuras de organización social. En otros
términos vemos un campesinado indígena, su folklor, evidenciado en su ropa,
costumbres y religión como una amenaza latente y transformadora que se resiste
a un sistema imperante de opresión sintetizado por las clases privilegiadas,
sacerdotales y monárquicas que avalan los sacrificios, que subsisten siendo
parasitarias. El primer sacrificio predispone la hecatombe futura, no sólo de
animales, también de gente. Hemos de atribuirle a este campesinado agrícola de
Adán y Eva, de Caín, de José, de Jesús, una connotación comunitaria original,
de resistencia activa, de lucha por la tierra y su autonomía, que se ve hasta
en la ropa. La conquista de Canaán fue más bien una inserción tímida y
extranjerizante en estos paraísos terrestres donde se lograron establecer,
aunque esto parecerá haber durado apenas un parpadeo. Las culturas que se
generan en torno a la tierra son preponderantemente matriarcales (por decirlo
burdamente), no invasoras, se resisten a ser absorbidas y atomizadas por lo que
parece inevitable y natural: un sistema de poderíos, de apropiaciones privadas
y desigualdades absolutas representado en el tipo de hombre de una sociedad
jerarquizada; cuyo mundo espiritual parece prolongar esta forma ordenadora y
controladora de vida. La religión que se impondrá en Israel, en la práctica,
irá desplazando al hombre en su esencia. Finalmente el imperio romano
sistematizará un modelo de sociedad y religión basado en la violencia absoluta
de un orden mundial; es la antesala de nuestro “orden moderno” que nos tiene en
el pináculo del precipicio, empujando la existencia planetaria a su destrucción
total, pidiéndonos cerrar los ojos y arrojarnos, cual legión, al despeñadero
como aquel ato de cerdos de Gadara.
Iglesia de la mujer
Ah quedado
más o menos claro el proceso de la ordenación de la mujer en la Iglesia
Nacional Presbiteriana de México, y en qué acabó. Lo que aparecía tras el velo
de pietismo presbiteriano era una iglesia homo-autoritaria y homo-biblista. Si
miramos a otras iglesias, con sus matices, emulan las mismas prácticas frente a
la asignación del poder; la democracia se acapara y congela con oprobiosa desigualdad
“refrigeriana”.
Parecería
mezquino hablar de esto por aparentar un tema suntuario o de gula revanchista
frente a otros temas de urgencia nacional, y aún mundial, sin embargo, no lo
es. En el contexto de las dinámicas de violencia hegemónica que sobre la
sociedad en su conjunto se implementan, la equidad de género es un termómetro
nodal. En el avance de la mujer, sobre la brecha de género, México ocupa el
puesto 99 de 134 países. Es decir, en la escala de 10 tendríamos 2.6 de
calificación. Por un lado se reafirma aquello que la discriminación es un
fenómeno social, y por otro, pone de manifiesto la relevancia de la dimensión
del problema y la complicidad de las iglesias.
Es un botón
de muestra que se nos atravesó con muy tristes resultados y que haríamos bien
en revisar. Las secuelas del caso presbiteriano parecieran más desastrosas que
al principio y no apuntan a una iglesia que también sea de la mujer. Es una
asignación pendiente de quienes resistieron y querían un cambio. Pero va más
allá de las inquietudes de una generación. El pecado acumulado de las iglesias
contra la mujer es de siglos. Y el pecado también sería ahora si lo dejamos
pasar por creerlo irremediable.
Las iglesias
disidentes, presbiterianas, pro-mujer, cambiaron todo lo que pudieron o están
cambiando ahora mismo. Pero la asignación ha quedado en el aire: una iglesia de
unidad e incluyente, una iglesia que sea de todos pero más de la mujer
parecería lo lógico y el gran tema a continuar. O es que, ¿se ha luchado por un
coto de poder particular en nombre de ella?
Las
sociedades e iglesias reproducen tipos de hombre, individuos. Según esto estamos
reproduciendo mayoritariamente gente homofóbica, sexista, xenofóbica... México
ocupa también el segundo lugar en el mundo en explotación sexual infantil (sólo
después de Tailandia). Y hay una relación entre autoritarismo y descomposición
social. Las fuerzas opresivas que se pueden traducir en desigualdad,
empobrecimiento y explotación, en el decremento del bienestar social, en la
reducción de las garantías individuales de los derechos humanos, aunado al
incremento de la violencia de Estado en su tutelaje de la guerra y la
narco-paramilitarización del país, son indicadores que ya alcanzan a todos.
Bajo esta lógica de reproducción social habrá miles de víctimas más que serán
potencialmente criminalizadas. Y bajo esta sentencia de producción religiosa se
estará discriminando no solo a la mujer, también a otros sectores. ¿Quién
sigue? Todos seguimos bajo esta lógica.
Si
pudiéramos proyectar una tarea que se traduzca en una iglesia de la mujer, que
atestigüe lo acontecido y nos reconcilie con ellas verdaderamente.
Una iglesia
de la mujer atestiguaría la marginación que la mujer ha sufrido en este proceso
inagotable de exclusión. El Concilio, la ruptura, y la contradicción en el caso
presbiteriano de México se dieron en nombre de la mujer.
El nombre iglesia
es una evidencia metafórica de la mujer. Hay rastros exegéticos, en la Biblia,
que apuntan a una idea de comunidad de equidad auspiciadora sobre todo para
ellas; en los Evangelios, en las figuras de María y Marta, de la propia María
madre de Jesús, de María Magdalena y otras mujeres que atestiguarían, primero
que nadie, el episodio pascual de la resurrección. Lo que se manifestó fue un
movimiento de seguidores y seguidoras de Jesús con relaciones de producción
socio-religiosa que desembocaría en una comunidad de creyentes donde todo era
de todos y nadie decía ser dueño de algo. Era la utopía posible.
La propuesta
está planteada. Sólo en un eje transversalmente ecuménico e interreligioso se
podría generar algo que refleje una iglesia de la mujer. No significa que no
existan estos procesos de espiritualidad socio-religiosa, los hay, son casi
clandestinos, en comunidades “campesindias” donde los fervores masculinos,
patriarcales y pro-imperialistas aún se encuentran temperados. Es como regresar
a los albores de ese anuncio de mujeres en la resurrección del Hijo del Hombre.
Vox populi-Vox Dei, borregada pantomima
de democracia.
Es clara la posición esgrimida por
muchos presbiterianos sinceros; de que las bases de las iglesias o las
representaciones consistoriales, y no los presbiterios y Asambleas, podrían
estar corrompidos. En esta visión, sostenida también por la cúpula presbiteriana,
lo están. Pero consecuentemente por
artilugios-filtros-multiplicadores-depuradores en proporción inversa a las
bases, se salva el proceso haciéndolo “democrático”, “republicano”,
“representativo”, “de mayorías proporcionales”, y “bíblico”. Ahora sí lejos de
la base femenina, ahora sí homogenizados los presbiterios y Asamblea, se
adquiere un infalible y pleno carácter homo-teocrático. Vox populi-Vox Dei, borregada pantomima de democracia. Y la
sentencia también es aprender a perder.
Revolución, iglesia en movimiento, el
origen.
Y aún con esto sigo pensando que el
ejemplo de Jesús nunca fue transformar las estructuras de los poderes fácticos
[...] Jesús nunca fue al sanedrín a pedirles que cambiaran su forma de
conducirse, nunca se entrevistó con Anás o Caifás para solicitarles que
aceptaran su mensaje; tampoco se presentó ante Pilatos para buscar que
modificara su representación imperial... Creo que nuestra esperanza está
precisamente en saber lo que Miltón Shwantes estaba seguro de afirmar: La
iglesia como institución va a desaparecer algún día y las comunidades que
permanecerán en la búsqueda de seguir el ejemplo de Cristo volverán a reunirse
en casas, en pequeños grupos hasta clandestinos. Eso sin contar con el proyecto
de Mundo de Dios que seguirá haciéndose una realidad en las personas que
decidan cada día ser mejores seres humanos...
Dan
González Ortega
No quería sólo responder el comentario
convertido en cita, arriba,* como en una calificación puesta al final de curso,
que no permite ya cambios. Por el contrario, lo que se intenta es un diálogo
que sopese el repliegue del dirismo revolucionario cristiano, sino de todo, sí
de una buena parte que se ha ido institucionalizando en las iglesias. Esa
contrainsurgencia musitada en panfletos dominicales y sistemas teológicos de
todo tipo que han probado su eficaz contribución, pero para el menoscabo
humano. Y que se siguen preponderando como recursos salvíficos esperanzadores
valiosos, yo más bien diría escapistas y entretenidos, como las tiñas en sangre
de indios que Bartolomé de las Casas denunció a los encomenderos, o las propias
indulgencias que Lutero zanjaría en un abismo contra la curia latina.
Evangelizaciones, estas y aquellas, tan desarticuladas como cualquier placebo
inocuo que sumado al mismo cáncer lo hacen más feroz.
Plantarse en la realidad y entonces
también en la realidad del Cristo de los evangelios, con sus utopías presentes,
inconclusas, alargadas, metafóricas, a veces estancadas, pero sin duda,
transformadoras de la realidad.
Las utopías cristianas fueron esos
isotopos radioactivos incontenibles lanzados en el vientre de un sistema de
dominación bestial. La interpretación de las primeras comunidades de creyentes
era que, en Cristo, la realidad aplastante había sido herida de muerte. Ésta es
la consigna nevotestamentaria. Lo que leemos, y que las primeras iglesias
reportaron sobre Jesús y sus seguidores, son atentados directos, no solamente
contra las instituciones subrepticias judías, eran contra el mismo sistema
absolutista que encarnaba la Roma imperial. “Toda autoridad es puesta por
Dios”, es el enunciado teológico-evangélico que, en el Crucificado, y en el
Dios que resucitó a Jesús de entre los muertos, en esa fe, los creyentes tienen
la fortaleza para la desobediencia y para desautorizar cualquier tiranía. Esto
es muy claro en el libro de los Hechos de los Apóstoles cuando el Sanedrín, que
representaba la hegemonía vasalla de Jerusalén, confabula e intenta sofocar el
naciente movimiento. Tras asesinar al Hijo del hombre, a Jesús, al que apodaban
“Cristo”, les ordenarían callar y desistir, encarcelarían y perseguirían a los
discípulos. La persecución y el martirio se convertirían en el combustible y en
la fuerza dinamizadora de entonces...
Jurgen Moltmann ve en El Dios
crucificado un principio empático que la praxis cristiana reprodujo y dramatizó en
Jesús, era contra la muerte sistémica. No que los primeros cristianos hubiesen
sido ilusos, sino radicales:
“La anticipación del resurgimiento de
los muertos en el de Jesús de entre los muertos puede tener un efecto
estimulante para hombres abiertos al mundo y al futuro. Pero nada significa,
pues no los alcanza, para hombres cerrados al futuro y privados de esperanza,
para el hombre encorvado en sí mismo y para el narcisista enamorado tristemente
de sí mismo. Sólo los sufrimientos sustituyentes y la entrega de Cristo en su
muerte de cruz 'por ellos' lleva esperanza a los desesperanzados, futuro a los
condenados a la caducidad y nuevo derecho a los injustos”.
“Consumado es”, también es el grito de
victoria anticipada desde pináculo de la cruz; es la anticipación de la vida
sobre la muerte que se institucionaliza; es el resurgimiento de una sociedad
que se reconstruye y encamina hacia la dignidad humana, no a una pax romana, a una verdadera paz con justicia. El reino por el que se trabaja no es
como el reino de violencia del mundo romano o antes egipcio y babilónico, ahora
estadounidense y de nuestros nacionalismos subordinados al gran capital con sus
leyes violatorias planetarias... El movimiento de Jesús amenazaba con
revolucionar los cimientos del orden establecido. Intencional o no, los
enemigos de Jesús, el poder fáctico, así lo asumieron, por eso trataron de
erradicarlo. Pedro y Pablo llegarán como esas astillas que transitan por todo
el torrente sanguíneo, acabarán clavados en el mismo corazón de Roma.
Las tiranías más que temerles a
ejércitos, armas y otros tiranos, le temen al poder de la gente; cuando ésta se
organiza y se une como un solo cuerpo y una sola mente, no hay poder mayor, es
el poder del mismo Espíritu de Dios en llamas de fuego descendiendo para
transformar y humanizar cualquier realidad.
“En realidad, la realidad es la única
eterna, nuestro único poder es transformarla” (Mario Benedetti).
Implicar al evangelio es implicarse
contra la violencia, es no
violentar a la mujer ni de forma ni de
fondo. Es implicarse en su realización y respeto. Parafraseando al evangelio:
“Lo más importante de amar a Dios es
amarla a ella, porque uno es esa mujer”.
Hay textos en el Nuevo Testamento, en
los evangelios, extrapolaciones seudo-paulinas y otros símiles escriturísticos
bíblicos que, como un bypass en el
corazón, mantienen la problemática de la mujer, definen el discurso y lo hacen
vigente. Podría no haber línea alguna en el texto sagrado que no patentice esta
tensión.
Nuestras lecturas bíblicas son un
testimonio claro del avasallante dominio del legado de una de estas formas patrimonialistas
que se fue erigiendo sobre las demás. También nos muestran los derroteros que
le han seguido a la mujer.
Esta homo-escritura-sacra, interpuesta,
no se ha ido limpia. El discurso de la mujer no se sepultó del todo, su germen
resucitador no fue vencido. Es que, lo que siempre estará en el vilo de la
existencia humana es la realización de la vida como proyecto actuante, donde
Eva, la madre de todos los vivientes, la mujer, es una protagonista central.
Cristo nació de mujer, los hombres lo mataron.
Y ella, la mujer, proclamó su resurrección.
Aún no se ha dicho la última palabra.
El debate de la mujer, ¿hacia dónde va?
Es verdad que el debate de la
ordenación de la mujer en México ha sido sostenido desde hace varias décadas.
Aunque es reciente, en 2009, cuando su exclusión fue formulada tácita en el
juramentado canon constitucional. Esto marca la brecha y un reajuste,
tristemente, apenas de consideración para el grueso de las iglesias sumidas en
la penuria de su autocompasión.
Los procedimientos que se han seguido
dilucidan la forma en que se hace la nueva política presbiteriana, con gran
insensibilidad, el golpe avisa.
Lo sucedido es una muestra del poder de
control, y significa la capacidad de la jerarquía de repetir a berrinche
semejantes atropellos, es el poder descontrolado. Ahora las iglesias deberán
considerar con cuidado sus autonomías que han sido puestas en riesgo en este
incisivo y perverso juego.
Cándido es pensar que se llega a este
debate “inocuo” accidentalmente, y muy pretencioso sería llamarlo “cisma”.
Cisma es Roma y Constantinopla, dos poderes de la ortodoxia religiosa
mandándose a volar.
Hacia donde se va en la próxima reunión
“conciliar” es a tratar quitarse una enchinchante molestia de encima.
Hay un tren encarrilado al que no todos
están invitados, menos la mujer, ella menos que nadie... ¡Agárrense!
Los cargos falsos de la mujer
presbiteriana...
Se le enseña a la mujer que el cargo no
es importante, y ciertamente no debería de serlo para nadie, pero los cargos se
han fetichizado, adquieren poder y autonomía, controlan, confieren privilegios,
se muestran determinantes en la esfera de lo sagrado. Quien tiene el cargo es
involucrado, protegido, participa intrínsecamente con más fuerzas y determinación.
Cuando hay un cargo tácito,
“existente”, no se puede negar su importancia. Es importante y no sólo para
quien lo ostenta. Negarlo es una tautológica contradicción.
Los que enseñan que el cargo no es
importante para la mujer son los mismos que poseen privilegios acumulados,
cargos, puestos, oficios censados y autorizados. Desde el pastor ordenado,
pasando por el predicador con licencia, el anciano gobernante envestido de
autoridad, acabando con los presbiterios, sínodos, concilios y la honorable
Asamblea con su parafernalita constitución.
No se dice que el puesto no sea
importante. Lo que realmente se enseña es que es tan importante que no puede
serlo para todos. Entonces viene una lista impuesta y condescendiente,
“ordenadora”, otrora, otorgadora de cargos de privilegios.
Uno no debe esforzarse demasiado para
entender que en esa lista ordenadora de puestos de privilegio las mujeres no
aparecen ni en el último renglón.
Las que aprenden bajo la premisa de la
mujer excluida y el hombre con cargos de privilegio, podrán ejercer tal y cual
función, pero no estarán amparadas de verdadero valor. Vivirán bajo un cargo
falso. Una contradicción injusta y espeluznante para las mujeres presbiterianas
de hoy.
El evangelio de los excluidos.
Hay una cuestión inequívoca en el
evangelio: no se puede volver atrás; como la energía cinética que surge del
movimiento. La predicación del evangelio es la inclusión del ser humano en todos
los niveles de la vida, en solidaridad y por pertenencia.
Es el evangelio de los excluidos, y es
de ellos más que de cualquiera. Vemos a Jesús con publicanos, revolucionarios,
manifestantes, vagos, pescadores, desempleados, migrantes, inconformes; gente
catalogada de lo peorcito. Niños y ancianos devaluados le rodean. Mujeres de
dudosa reputación son las que le acompañan, solteronas, viudas y prostitutas, y
claro que, también afeminados, castrados y homosexuales. Todos los pobres,
despreciados y explotados de la tierra, los ‘am ha ’ares, gente socialmente oprimida, violentada y “aplastada”. Personas
perseguidas y acosadas, gente en constante movimiento, desplazadas por los
poderes fácticos de la tierra. Ellos son ahora el nuevo pueblo en un éxodo de
Egipto, su único molde es Jesús, y él su nuevo Moisés, cuya ley es el amor. Y
él es como sus seguidores, por eso están con él y le siguen; tiene su rostro
cuando le miran, un rostro humano (Mr16.12-13). Atrae como un polo magnético;
su evangelio es un viento fuerte que lo abarca todo y resopla en los corazones
como una explosión revitalizadora. Las pretensiones de sus seguidores no
podrían ser distintas a las de su maestro. Bien le atinan cuando se dice de estos
seguidores que son como barcos sin puerto seguro, náufragos paniqueados por las
turbulencias que les hunden. ¡Pues cómo no! Si el gran excluido de todos,
Cristo, acabó donde acabó, en la cruz, más excluido y proscrito que nunca.
No hay tanto desvió como pareciera. La
temática de la mujer excluida del canon presbiteriano o de una homosexualidad
que supuestamente seguirá a los pasos de la ordenación de ellas, amenazada con
tanta antelación y fobia, son causas de la misma vena, la cascada de la
humanidad. “Ustedes son mis amigos y amigas, felices sean porque procuran la
paz”, diría Jesús.
Deshonestidad presbiteriana, y
humanismo.
Es deshonesto lo que se afirma, pues
quien promociona la controversial temática de la ordenación de la homosexualidad
en la iglesia, son los mismos que han sesgado a la mujer del canon
constitucional. Aunque esto surja protocolariamente con un afán pernicioso en
algunas iglesias y en sociedades falocentristas-autoritarias, son xenofobias
sacralizadas. Como la bala que causa una estampida, ¿se logra? ¿Se motiva el
delirio, la paranoia, la homofobia, el feminicidio, la esquizofrenia, el
linchamiento, la cerrazón? Generalmente sí. Se lanza la piedra y se esconde la
mano. Y como el astuto ladrón que corre gritando: ¡El ladrón, el ladrón, allá
va! Así aquí.
Cristo es un humanista de primera, el
más humanista de los humanos. Quizá no en el sentido romántico ni renacentista
o de los esoterismos modernos, sino revolucionario. Un cristianismo sin este
elemento amalgamador y directivo sería un cristianismo fetichista e idolátrico,
y según el Nuevo Testamento es sinónimo de anticristo y de una falsa religión.
Nuestra sociedad es una sociedad antihumana, y las iglesias están en el filo de
esta vertiente de “religiosidades exclusivas”. “Nosotros no somos
humanistas”... La iglesia presbiteriana de México, al parecer, ha preferido
poner toda su atención y cuidado a lo que produce ganancia, lucro, explotación,
desfalco, controversia y miseria. Una adoración así, se vuelve en fumarolas de
incienso apestoso. “Hay que cuidar bien a las ovejitas porque ellas producen
mucha lana”, pareciera ser la encomienda del nuevo presbiterianismo nacional de
acento agringado. Por eso la mujer en la iglesia ha sido relegada a un humano
de segunda, y porque no tiene pene. Ellas no importan en su esencia, no se las
ordena porque no son como “nosotros”. —Gracias a Dios porque no me hizo mujer—.
Esa es la lógica. ¿Quién sigue? ¿Los pobres? ¿Los indígenas? ¿Los solteros?
¿Los eruditos controversiales? En esta idea todos seguimos.
La humanidad es el interés primordial
del Dios de Jesús, que es también un humanista empedernido (Juan 3:16).
“Mujer embarazada, de siete meses,
predicando en el púlpito, es antiestético, antibíblico, anti… todo”..
“¿Qué pensaríamos si una mujer
embarazada de siete meses subiera al púlpito a predicar? La verdad es que lo
consideraríamos antiestético, antibíblico, anti… todo”.
Flatus vocis. Estos
sentimientos parece que no son humanos. Al menos denotan un sesgo antihumano
que ni mi imaginación extrapolada de fantasía conjeturaría. La realidad siempre
nos rebasa. Sin duda dirían los estudiosos de las ciencias psicoanalíticas que
aquí hay gato encerrado y uno de tal magnitud que dañaría sin miramientos
cualquier asomo a sus psicopatías. No es el extremo, pero se encamina como un
perro rabioso que huye de la luz mordiendo lo que hay a su paso.
¿Cómo hemos llegado aquí? A acompañar
la ideología de un sistema de muerte, de corrupción, de injusticia. De una
espiritualidad tan superficial y despreciativa del elemento humano; éste que es
tan rico, vital e indómito, por naturaleza.
A nuestros antepasados, los más
antiguos, el embarazo de una mujer les sobrecogía, al extremo de pintarla y
esculpirla. Su máxima deidad era una mujer voluptuosa y embarazada, ella era la
Gran Madre de los hijos de la Tierra. No le temían ni la odiaban, la amaban con
extrema reverencia. Eran recolectores y expertos cazadores que no asesinaban a
sus presas preñadas...
Una mujer embarazada dio a luz a Jesús
al que hemos hecho nuestro Cristo. Las vírgenes embarazadas representan una
conexión entre el elemento humano y los lazos más sensibles de afecto con la
divinidad, de síntesis planetaria, de solidaridad con la frágil humanidad.
Parece que se le teme, parece que se le
odia en la forma más perversa y melindre, por eso esta saña demencial. Y porque
en este avistado paradigma de equidad, de equilibrio natural, de inclusión de
su graciosa participación podría transformarse todo.
Este elemento suyo, intrincado en su
más pura esencia dio a luz una humanidad verdaderamente plena. Así acota el
evangelio de Jesucristo. Tales esfuerzos siempre han sido parturientes y
sobrehumanos. Toda la tierra, su circunferencia, es un embarazo sietemesino
amenazado de muerte y extinción. Nosotros, pobrecillos miopes, estamos en este
gran seno materno.
La mujer tiene elementos que están
fuera del control de los que se proclaman inequívocos, de los que despliegan el
totalitarismo y el poder acérrimo, la exclusión, el puño, el falo violatorio,
el arma, lo mío a costa de lo que sea y de la intoxicante ley de los
privilegios.
Ella es bella y estética como un santo
grial, y como no se le pueden controlar, y como no se le puede adorar, se le
somete, se le profana y se le intenta destruir.
“Apareció en el cielo una gran señal:
una mujer vestida del sol, con la luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza
una corona de doce estrellas. Y estando embarazada, clamaba con dolores de
parto, en la angustia del alumbramiento... Y el dragón se paró frente a la
mujer que estaba para dar a luz, a fin de devorar a su hijo tan pronto como
naciese”.
EL ADÁN BABILÓNICO HOY.
Me parece que se oponen a la ordenación
de ellas, entre otras cosas, por su convencida soledad masculina. En esta
soledad barbárica uno se piensa solo e irrepetible. Y como en el relato de
Génesis, un hombre así de solo siempre se encontrará refunfuñando con las
bestias, renombrándolas, imitándolas y rumiando pasto como el esplendoroso
Nabuco. En esa existencia carente de colectividades, de compromisos morales y
éticos, es difícil distinguir a otro. O situado en la antesala operatoria,
anestesiado en la ensoñación de Dios; en ese bay pass quirúrgico, con la mente entenebrecida, sus conjugaciones no son menos
desastrosas.
Cuando Adán
despierta, a su encuentro con Eva, a la que sin ninguna ostentación homofóbica
y sexista llama “varona”, se efectúa una gran transformación. En ese comenzar
se reconocen y en ese arriesgar dialogante determinan su existencia y plenitud,
crecen. Él y ella ya no serán solamente hombre y mujer, sino humanos.
El hombre,
solo, sin ella, no es más que un bello animal de implicaciones monstruosas.
Ensayos teológicos.
La gracia podría llegar de manera
sorpresiva de quién menos pensamos.
Premisas, cosmovisiones o paradigmas
diferentes. Como decir que el pobre es pobre por flojo e idiota, y no porque le
explotan sistemáticamente habiéndole robado el aliento y hasta las ganas de
vivir. Claro que él acaba creyéndoselo, no sólo porque se lo dicen sus
explotadores, también se lo repiten los vasallos ideológicos; encantadores de
serpientes, teólogos de pacotilla de toda clase de fauna animalesca que, en el
reino faraónico, siempre imponen nuevos hechizos; construcciones piramidales
mortuorias. Ante esto, la elección de Dios por los pobres y la vida, es una
premisa clara y desmitificante. Frente a cualquier poder que oprime está Yahvé
rivalizando del lado del oprimido y desposeído. Yahvé y el pueblo se acompañan
marchando juntos en nuevas caminatas de fe, hacía una liberación progresiva,
revolucionaria y anti-piramidal, siendo germen emancipador, nutriente y cultivador
de vida. Ante este parangón de la fe bíblica y cristiana, nuestra postura se
vuelve fácil.
Presbiterocracia, la nueva fórmula
desprivilegiante.
Hay una
insistencia digna de resaltar: que cada iglesia, bajo otras circunstancias,
podría decidir y en última instancia adoptar lo que le conviene.
Pero las
iglesias ya no son soberanas, perdieron su carácter autónomo, quedaron
envueltas en una legislación amañada, impedidas de verdadero poder.
Hoy las
iglesias están propensas a los vaivenes de presbiterios cada vez más poderosos,
viven coaccionadas bajo la siguiente fórmula: Las iglesias se someten a la
voluntad de los presbiterios, principalmente, porque ellos retienen los títulos
de propiedad. Esto es lo que determina las relaciones de subordinación. Este es
el único razonamiento ratificado desde la Asamblea.
La riqueza
comunitaria y los medios sustanciales de las iglesias se volvieron rehenes que
se aprisionan desde los presbiterios.
Hoy se vive
una “presbiterocracia”, el poder desde los presbiterios. Y los procesos de
regulación de derecho eclesiástico quedaron corrompidos. Los presbiterios han
quedado protegidos, beneficiándose por encima de las iglesias. No ha sido una
reforma constituyente justa e imparcial, aunque alardeen que sí.
Hoy los
presbiterios deciden lo que les conviene a las iglesias. Hoy también los
presbiterios se ostentan como los nuevos dueños de iglesias.
Desprivilegiar
a unos para privilegiar a otros, es el método que a las iglesias puso en este
predicamento.
Poder
decidir qué quieren, ¿para dónde van? Y, ¿quién les pastorea? Ha quedado
determinado por esta graduación privilegiante y sus cadenas que no son tan
ilusorias.
Los
presbiterios desprivilegiaron a las iglesias, les quitaron poder de decisión.
Es el poder privatizado independientemente del estatus federal. Y sugiere que esta rentabilidad, inescrupulosa, se irá
agudizando... Este modus operandi se fue
personificando hasta encarnar una constitución ad hoc. No sólo se desprivilegia a la mujer,
también a las iglesias. Esto estará causando profundas escisiones por
contravenir la esencia particular de la fe comunitaria. Las iglesias no son
franquicias de McDonald’s.
Bajo esta
dinámica de relaciones de poder todo lo que los presbiterios toquen se irá
desprivilegiando. Si un presbiterio no respalda a una de las iglesias: ¡Ay de
esta iglesia!
Las
democracias verdaderas no eliminan a sus minorías, tampoco les roban sus
privilegios, ni aplastan sus idiosincrasias. Las respetan y protegen en sus
constituciones, así cuando uno fuere minoría sería respetado.
¿Qué queda?
Desprivilegiar a los presbiterios, impugnar la constitución, reformarla, mejor
aún: revolucionarla, que el poder regrese a las iglesias en su forma más
sustancial.
Sobre esta trampa edificaré mi iglesia.
Creencias petrabisterianas
Las ideas de
Jesucristo eran tan buenas que se tuvo que crear toda la organización de la
iglesia para combatirlas.
Augusto
Monterroso
Me parece
relevante la creencia de que las bases de la iglesia se encuentran
representadas en los presbiterios. Pero un asomo a la realidad muestra lo
contrario. En las iglesias presbiterianas de México más de la mitad de su
población son mujeres, con todo y que son discriminadas, y por su condición
sexual impedidas, las miembras pueden votar pero no ser votadas, incongruencia
jurídica. ¿Cómo llega su representación al presbiterio cuando ni siquiera
traspasa los dinteles del consistorio? No llega, incongruencia democrática. La
mujer, siendo mayoría se vuelve minoría marginada, sin una representación
auténtica se le invisibiliza, incongruencia ética. Si hombres y mujeres fueran
iguales en sus derechos constitucionales ambos podrían tener la posibilidad de
acceder al mismo margen de privilegios y obligaciones. Peor aún, las cualidades
inherentes de la mujer hacen imposible ese relevo andrógino con que la
ostentan, la mujer sólo puede ser representada por ella misma.
Las
sociedades de esfuerzo cristiano, con todo, conllevan mejores prácticas
democráticas que sus iglesias, en vano.
Consistorio:
Junta de gobierno de la iglesia local conformada por hombres, en su mayoría
adultos y casados llamados Ancianos Gobernantes, se elige en reunión de
Iglesia. También los pastores de la iglesia son miembros del consistorio.
Presbítero significa anciano, de ahí lo de presbiteriano.
Presbiterio:
Es la asociación voluntaria de 5 iglesias o más, en su representación
consistorial, se reúnen periódicamente. Los presbiterios están compuestos, sobre todo
de profesionales de la fe: pastores, seminaristas, misioneras...
Presbiterios capataces constructores de
pirámides...
Las iglesias
han quedado impedidas de resolver sus asuntos. Los miembros de los presbiterios
también presiden los consistorios, así el poder del presbiterio se vuelve
múltiple e insidioso, trastoca a las iglesias en su forma más íntima. Las bases
y minorías es lo que parece menos importar, se les invisibiliza, e inminentemente
sucede la discriminación. Esto ocurrió con la mujer presbiteriana en México.
Bajo este “orden” de pantomima democrática las iglesias siempre estarán
“enredadas” y sus consistorios menguados, trabajando para una ratificación del
presbiterio: capataces constructores de pirámides.
En aquellos
días sucedió que crecido ya Moisés, salió a sus hermanos, y los vio en sus
duras tareas, y observó a un egipcio que golpeaba a uno de los hebreos, sus
hermanos. Entonces miró a todas partes, y viendo que no parecía nadie, mató al
egipcio y lo escondió en la arena... Éxodo 2:11
Una aproximación a la teología de Dios
padre y madre.
Mujer y liberación (primera parte).
Para
nosotros no hay disyuntiva, es por la humanidad, contra el neoliberalismo, es
decir, contra el poder. O estas con ellos o estas con la humanidad. Finalmente
el neoliberalismo quiéralo o no, aunque meta muchos discursos sobre sus grandes
logros económicos [y espirituales], su resultado final será el aniquilamiento
de la humanidad. Y no me refiero al aniquilamiento físico, me refiero al
aniquilamiento de todos los valores realmente humanos... Para el poder ahora
[...] eres un número en una estadística o en un índice de ganancia, o en una
nota en la bolsa de valores, eres un consumidor potencial, eres un consumidor
en acto, o ya no eres un consumidor y, en este caso, eres prescindible,
completamente prescindible. En este caso los indígenas ni eran consumidores, ni
productores, ni potenciales, eran perfectamente prescindibles.
El
Subcomandante Marcos del EZLN
El ser
humano es un ser social por naturaleza, y el insocial por naturaleza y no por
azar o es mal humano o más que humano... La sociedad es por naturaleza y
anterior al individuo... el que no puede vivir en sociedad, o no necesita nada
por su propia suficiencia, no es miembro de la sociedad, sino una bestia o un
dios.
Aristóteles
El daño cayó
sobre mí cuando sólo era un niño... Me arrancó de la niñez demasiado pronto.
¡Arrancado de mi casa siendo niño antes de que pudiera disfrutarla! ¡La
oscuridad, un terror de niño, me envolvió mientras el seno materno estaba en mi
boca!
Inscripción
funeraria.
Tell-el-Amarna,
Imperio Nuevo, XVIII Dinastía.
Museo Egipcio
de Berlín.
Quien
defiende a la creación se defiende y cuida a sí mismo. Es un extraño principio
de auto-conservación y solidaridad planetaria. Es así como se puede amar al
prójimo, porque uno es ese prójimo. Se protege a la creación entera porque uno
está intrínsecamente ligado a ella. Quien defiende a la humanidad se siente
aludidamente humano. Entonces ningún afán de autonomía, de sustitución de
paradigmas y elección cosmogónica debería resultar descabellado. Porque lo que
está en riesgo, aunque no se aprecie, es la vida humana. Así también está
planteado el pensamiento bíblico, discurre entre las disyuntivas que surgen de
la fe y praxis. ¿A quién se debe preferir amar, a Dios o al prójimo? Las
respuestas delinquen cualquier frontera. Con perspicacia el Nuevo Testamento
deificará a Jesús en su concreción humana, “le amamos porque él nos amó
primero” (1 Jn 4,19).
Pareciera
que se condesciende con las premisas que divinizan y privilegian; más bien se
les repele como quien ha sido curado de espantos. La divinización priva, acaba
en ofuscación idolátrica, en contra-existencia y deterioro de las condiciones
de vida. Divinidad y regímenes privilegiantes se han conjuntado a lo largo de
la historia en una mancuerna absolutista que reproduce opresión, explotación y
muerte.
La teología
cristo-evangélica nacía, readquiría un carácter de resistencia y de denuncia
profética. Volvía a poner sobre la mesa la tragedia del hombre. Se deslindaba
de la institucionalidad del poder que se decía representar a lo sagrado, o ser
ello, pero que excluía a la humanidad en su esencia. El mensaje de Jesús se
humanaba volviéndose antropológico, anti-teológico y acentuadamente universal.
Su práctica exigía una revolución planetaria: “en cuanto lo hiciste a uno de
estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hiciste”; sino, no, tajará Jesús.
Cristo
abandonó a Dios bajo la fórmula que uno mejor prefiera. Pero fue más pródigo
que solo dejar al Padre para unirse a la creación. La encarnación del Verbo
desembocará en su humanización plena. Se hizo uno con la creación, con la
“gente de la tierra”, los de a pie, los que viven al ras del suelo, los de
abajo, el pueblo oprimido; los llamados ‘am ha’ares; “gente que no conoce la Ley [transgresores], malditos” (Jn 7, 48s). A
estos son a los que considera sus “hermanos”.
Humanización
y liberación no marchan separadas. Creación y humanidad hermanándose a plenitud
será lo verdaderamente sagrado.
Jesús de
Nazaret es el nuevo Adán en su versión más cabal, “nacido de mujer”. No se
intente mirar esto de color rosa o azul pastel, es color sangre mezclado con
tierra y truenos. No se terminará como en la parábola del hijo prodigo y el
padre misericordioso; pues Dios, el Padre Celestial, finalmente abandonará al
hijo a su suerte uniéndose a esa caravana de muerte de los unigénitos de la
creación. Aquí hacen eco el intento homicida de Isaac, la matanza de los niños
hebreos, del unigénito del Faraón y otros primogénitos en Egipto, la hija de
Jefté, la muerte de los inocentes por Herodes... Estos sistemas que dominan el
mundo siempre sacrifican a los que llaman hijos; son los grandes señores que
nunca se auto-sacrifican. Se mantienen eternos, potentes y victoriosos. Su vida
y poder es la debilidad y muerte de los demás; cosifican y dan un valor variable
a todos, venden y traicionan a sus hermanos, crucifican a sus hijos, hacen a su
imagen todo lo que tocan; como imanes atraen las durezas más férreas y maldicen
matando con su filo torpemente a la creación. El patriarcado es monstruoso y
animalesco por donde se le mire; y lo es más para el que no se le parece, de
aquí que la mujer y “su simiente” hayan pasado siempre las de Caín.
Lo que se
asoma a lo largo del texto bíblico es también una bipolaridad extraña en el
contexto de la paz, pero cuadra al conjunto de una masculinidad fáctica, de
dominación y guerra; se transpira violencia, xenofobia, homofobia, sexismo,
discriminación y muerte. En los relatos creacionistas de Génesis el hombre ni
siquiera es considerado un hijo; es una criatura insumisa a la que se le
expulsa con las manos cubriéndole el rabo. Se aprecia a un Dios por un lado, y
todo lo demás, sus criaturas, por otro. Tal parece que desde esta distancia
cualquier andanada vital parece desbordar. A la incipiente humanidad se le ve
como una costra de mugre y tierra a punto de explotar.
En la mente
concejal de Dios, fragmentada pero sin disensos, se fragua echar el mal de
raíz, intervenir ante los indicios amenazantes:
“Y dijo
Jehová Dios: He aquí el hombre es como uno de nosotros, sabiendo el bien y el
mal; ahora, pues, que no alargue su mano, y tome también del árbol de la vida,
y coma, y viva para siempre. Y lo sacó Jehová del huerto del Edén, para que
labrase la tierra de que fue tomado” (Gn 3,22-23).
Compruébese
la sinonimia con este otro texto:
“Y dijo
[Faraón] a su pueblo: He aquí, el pueblo de los hijos de Israel es mayor y más
fuerte que nosotros. Ahora, pues, seamos sabios para con él, para que no se
multiplique, y acontezca que viniendo guerra, él también se una a nuestros
enemigos y pelee contra nosotros y huya de la tierra […] Entonces Faraón mandó
a todo su pueblo, diciendo: Echad al río a todo hijo que nazca, y a toda hija
preservad la vida” (Ex 1, 8s).
Cuando
limitas algo impides que crezca, reduces la esencia, lo matas.
Entre uno
más acerca a estos sistemas patriarcales deificados, vigentes y consolidados,
parece que más acorazados se vuelven. Son duros por fuera y por dentro, su
dureza se encuentra en cada una de sus moléculas. Son como una cebolla con
muchas capas de cascaras donde cada unidad es una totalidad homogénea. La
reproducción social se hace a todos los niveles, Egipto, Babilonia, Siria,
Alejandro Magno, Roma y cada uno de sus soldados…, México mismo es una historia
de violencia, de explotación institucional, de desfalco y muerte a todas las
escalas de la vida. Vivimos un diosismo deshumanizador que se alimenta de la
explotación planetaria: un Carlos Slim se hace con millones de pobres viviendo
en el umbral de la muerte, y todo el mundo queriendo ser como él.
Lo
monstruoso y animalesco es lo antihumano, el sistema que se dice inmutable y
destruye a la creación.
Regresemos
al texto bíblico, sigamos intentando hacer visible lo que se ha ocultado, o no
se quiere ver, y es a “ella”, la mujer y su “simiente”.
Es Eva a la
que se le achaca primordialmente haber llevado a la humanidad al colapso
planetario al transgredir la ley de Dios, y una tan simple, aceptémoslo una vez
más. El camino se trazó cuando la mujer se detuvo a platicar con la serpiente
bajo la sombra del árbol del conocimiento de la ciencia del bien y el mal.
Mujer y serpiente metidas en el mismo costal, fue lo peor que les pudo haber
pasado, que se les involucrara de esta forma en el “pecado original”.
No se
escribe, ni menos se repite, por siglos, un texto así, no más porque sí, sin
llevar aparejado propósitos y consecuencias descabelladas. Muchas sociedades
han justificado el abuso y discriminación con que a la mujer se le trata basado
en el prejuicio de tales enseñanzas; así sus omisos feminicidios han quedado
impunes y en complicidad con el factor Dios.
Desear
conocimiento y alimentarse de él. La ofídica la examinó igual que el Diablo
probó a Jesús en aquel desierto sin sombras. Cuando la autoridad máxima ha
dictaminado que sólo se debe “escuchar y obedecer”, pensar puede ser una
trasgresión mortal, pero también no hacerlo. Recordemos a Sherezada, la de Las mil y una noches, la
contadora de cuentos que salvaba su vida, y la de muchas musulmanas, en cada
relato que en la duermevela disponía para que el rey, su esposo, no la
decapitara al amanecer. Pensar es el resultado de la hilaridad de vivir, de
crecer, amar, sufrir, ser sensibles y plenos. Pensar es más que simplemente
vivir. Es trasgredir las leyes y amenazas de muerte que siempre están latentes,
sobre todo en las formas más institucionales e inobjetables posibles. Como la
pretendida “Ley de seguridad nacional” cuya sola propedéutica en la Guerra de
Calderón ha acarreado más de 60,000 muertos, 15,000 desaparecidos, y una estela
de sufrimiento inconmensurable al ciernes de 2011; son leyes de muerte, con sus
bajas colaterales, las que se pide aprobar y obedecer ciegamente. Cifras, gente
cosificada en números que disfraza el horror. La Llorona está en las calles
lamentando el terror, clama ayees por sus hijos y no quiere ser consolada.
Pensar es
elegir ser solidario con la esencia de lo que se es y de la totalidad
planetaria donde uno se sabe finito, no un ser monolítico y eterno. Pensar es
bien morir. Y un acto como el de Eva es ante todo una confirmación de que se es homo sapiens sapiens. Pensar es
arriesgar la vida a conciencia para protegerla finalmente. De todos modos uno
siempre está en riesgo, más cuando se tiene la mente obnubilada en las
ensoñaciones ciegas de las obediencias que se revisten de gloriosas pero que
son autodestructivas y monstruosas.
Lo que se
busca bajo el cobijo de aquel árbol, en ese ejercicio de conciencia, de
fortalecimiento sapiencial y autonomía indiscutible, es la defensa a ultranza
de la vida humana. Dejémonos de baratijas interpretativas, Eva no es el eslabón
más débil ni tampoco una arrogante codiciosa que se quería apoderar del huerto
o de una eternidad deificada y sensual. El león creé que todos son de su
condición y la corona puesta al rey no le deja dormir. Cuando vives para morir
cada día se cuenta como una eternidad y cada ser humano es el último ser humano
del planeta. El que no sabe de la muerte, ¿cómo puede saber de la vida? Si se
ha decidido morir desobediente es porque se prefiere a la esclavitud y a la
inoperancia de la mente que impone el yugo. Uno se sabe eternamente humano en
lo que lega y no en las efemérides de las promesas.
Lo que
miramos en el texto del Edén, en el texto de la Tierra, es una sin razón, una
muerte impuesta y un aplastamiento de vida pero de la que parece se logrará
zafar, no sin hondas heridas, como cuando se despierta de una pesadilla que te
inmoviliza en las noches.
Estos originarios
de la tierra, gente nativa, conocedora los procesos naturales, y que ve, sin
duda, su entorno como una ecúmene, una casa sagrada y en la que habitan todos, serán desarraigados del
lugar que les originó. La autoridad máxima los echará, arrebatándoles con ello
la inocencia. La vida parecerá extinguirse intempestivamente. Jesús hablará que
“las zorras tienen madriguera, y los pájaros nido, pero el Hijo del hombre [la
humanidad] no tiene donde reclinar la cabeza” (Mt 8,20). Y no tiene lugar por
la simple razón de que se lo han arrebatado los zorros reyezuelos Herodes...
Nuestra primera madre mitocondrial y padre cromosomático, Adán, que también
significa “tierra”, y Eva, “vida”, serán desplazados de su oriundez. El despego
de lo que se conoce, de lo que sustenta, bien que mal, la añoranza del
“bienestar” se volverá en su contra como un recuerdo mortal y una realidad
estrujante. Exilio, expulsión, escape y liberación, adquirirán peculiaridades
unísonas.
Hay cuando
menos dos realidades en estos pasajes, desde donde se escribe y el relato
literario en sí. La expulsión aquí no se plantea como un castigo sino como una
ejecución desde un poder dictaminador. Yahvé, afectado por la “sospecha” de
acontecimientos que podrían tener lugar, decide actuar extrapolándolo todo. Y
ahora sí hace cálculos como un estadista, prevenir antes que lamentar y antes
que verse equiparado con sus criaturas. Conciliará expulsarlos. A partir de
aquí el relato se vuelve frío e impersonal. Mírese bien: la criminalización se
instala antes en la escena como una condición siniestra que reduce la esencia
formidable de Adán y Eva. Se les ve ahora no como imagen de Dios, sino como una
“amenaza”. Es un asunto de “seguridad” desde un parapeto impenetrable de
desconfianzas donde quien menos importa son estos primeros humanos. Humanidad
plena se criminalizará, y ahora sí estamos haciendo teología desde el poder o
del poder. Bien exponen algunos ministros del púlpito que la Biblia no habla de
derechos humanos. Allá ellos
Israel
siempre experimentó la planta del pie de los poderosos. Y pocas veces logró
zafarse tan exitosamente como en el Éxodo de Egipto. Aunque él mismo se
convirtió en un oprobio aplastante hacia los más débiles. Cuando pudo también
esclavizó y trato con dureza a sus connacionales. Las monarquías israelitas no
solo sirvieron para defenderse, rápidamente lograban concentrar poder al
aliarse con el imperio en turno. Israel se convertía en una auténtica fuerza
mercenaria que se sometía ante los poderosos para privilegiarse y subyugar a
otros. Las luchas por el poder, que no es lo mismo que las luchas por la
sobrevivencia, fueron fratricidas, y el pueblo empobrecido siempre llevó las de
perder. Este es el constante reclamo de los profetas y de Moisés que refiere
Abraham al rico atormentado en el infierno de la parábola de Lázaro, y la
sentencia de Jesús es clara para el estatus quo. El “esplendor” de Israel más bien parece una alucinación barata. Todo
esplendor glorioso ha de considerarse barato, hasta estúpido o cómplice, en
tanto no se llegue a un régimen universal de humanidad compartida.
Estos
textos, tanto el de Génesis 3, como el del Éxodo 1, han partido de formas
redaccionales complejas. Aquí solo referimos al núcleo del mensaje de “la caída
del hombre”; por involucrar a la mujer de forma tan excepcional.
El epicentro
del Génesis se encuentra varios siglos después, tras profundas experiencias de
opresión en el Egipto del Éxodo, pero también en las monarquías israelitas y en
el cautiverio siro-babilónico y persa; siendo esta posteridad, de donde parte
este memorial. Es un prolegómeno extenso y nebuloso, espesado por la forma
escritural del lenguaje que impide retener con eficacia los múltiples
significados y la desambigües semita de la existencia que resurge de entre los
escoyos. Hay formas estructuradas que impiden entender más allá de lo
necesario, la escritura es una de estas formas. Por lo menos los
Deuterocanónicos y el Nuevo Testamento seguirán asomando y añadiéndose a estas
situaciones de opresión y liberación. Grecia y, finalmente, la Roma imperial,
también contaminarán la escena bíblica en su conjunto.
Vamos a
bajar las apuestas para no herir susceptibilidades; esto también significa que
podamos reflejar una realidad subyacente. Hay rastros por todas partes de la
esencia femenina y liberadora como una alternativa al mundo de dominación que
expone avasalladoramente la bíblica judío-cristiana.
Siempre habrá un orden que desordenar
cuanto antes
mejor
mis huesos
mis recuerdos
mis silencios
todo se halla en su sitio
por lo tanto
ya estoy en condiciones de
extraviarlos.*
Hemos de comenzar a descubrir la
teología del Dios padre y madre, la teología de los llamados “vencidos”, la
teología de los “sin Dios”, la teología de los de abajo y pequeños, la teología
de la mujer, en el reflejo del texto avasallante, digno del Dios todopoderoso,
más no de la humanidad que resiste con su Cristo resucitado. Sin duda fue la
mujer la que le dio a luz, y luego, primero, le proclamó vivo. Si la vida se
sometiera a las voluntades que le oprimen hace tiempo que se hubiera
extinguido.
En otras entregas anticipaba disculpas
por las heridas a ocasionar; pero éstas aunque se producen someras no dejan de
ser una intromisión desde el confort y desde una seguridad casi siempre miope.
Así que pienso dejar de disculparme por lo ponzoñoso que puedan resultar estos
escritos, en cambio, procuraré caminar con los ojos bien abiertos para no pisar
los pies de quienes caminan en estos senderos poco iluminados. Advierto además
que estaremos entrando entre dos o más fuegos de alaraquerismo puro, de
Armagedones apocalípticos y guerras santas, suscritas por la teología del stablishment, que ha sido por siglos una verdadera
cárcel y cadalso para la humanidad, que le ha detenido en el avance de su liberación
y aún desfigurado el rostro.
Abi es mi única sobrina natamente
“zurda”, es hija de una de mis cinco hermanas. Su zurdes surgía de un gen del
que no tengo noticias claras. Sus papás y el núcleo familiar más próximo todos
son “diestros” (noten que omito el plural femenino aunque ellas sean más).
Comencé a observar su predisposición a utilizar la mano “izquierda”, lo hacía
para lanzar la pelota, comer, rayar el cuaderno, o para arrastrar sus cobijas a
las que apodaba “esposos”; con ella también tomaba a su muñeca “isha”; la llama
así a efecto de su desarrollo linguodental, no porque supiera hebreo. Isha es
su “hija”, significa “mujer” en el idioma bíblico. Caigo en la cuenta que su
mano más fuerte, la izquierda, siempre estará más cercana a su corazón. Su
pequeña autonomía, insumisión, inteligencia, y cariño maternal, me dejaba mucho
en qué pesar. Cuando leo a la Eva bíblica, la pequeña Abi siempre me aporta
claridad. Todo esto en medio de la confrontación surgida por la ordenación de
la mujer en la Iglesia Nacional Presbiteriana de México, resultaba paradójico y
revelador. Ese reclamo reivindicador de igualdad, de equidad de género y
autonomía, de insumisión, que si bien no era nuevo, nos hacía despertar a un
grado mayor de conciencia y de realidades a un pequeño grupo de iglesias, a las
que acompañaba desde un estribo, yo colgado como una mosca. Se defendía la
causa de la mujer presbiteriana, que era la causa de la mujer en general y de
todos en particular. Resultaba inaudita la tozudez de la Asamblea General que
en sus discursos y argumentos, pero sobre todo: en la práctica, utilizaba para
excluirlas; lo hacía desde el estatus quo, desde la fe y desde una teología que se decía heredera de la única
ortodoxia bíblica, jamás apelaría a otras fuentes calvinistas, tampoco
escucharía las recomendaciones del Consejo Mundial de Iglesias y de otros
organismos eclesiásticos internacionales, no escucharía sino a su propio eco
autoritario. Excluía a la mujer desde sus nuevas leyes, desde el somnífero
bunker del éxito, cebados de pingüe y paranoico oportunismo, del poder rabioso
e incontinente; de sus alianzas con la “derecha” y neo-oligarcas del país,
estos sí incubadores del padre de todas las injusticias. Lo arrebataban todo
cual aves de presa, no de paloma blanca esparcidora de los dones de paz
ostentada en su logotipo. Tras el “Concilio”, en 2011, la Asamblea también
rompía relaciones fraternas con la iglesia madre, la Iglesia Presbiteriana de
USA, la despotricaba de apocalíptica depravación por ordenar mujeres y aceptar
gays. Mataba dos pájaros de un tiro, borraba de un plomazo bíblico-teológico
139 años de filiación fraterna y maternal, que si bien no era la panacea, era
una historia de más de un centenar de años de autónoma colaboración que
permitió crecer. Así conjuraba la maldad del contagio que se cernía sobre su
iglesia, ¡no! Así aislaba a su presa, su botín, cual macho controlador.
Apretaba el gañote sacándole una confesión de vasallaje a su grey. Ésta,
obnubilada y esquizofrénica por la bruma de la peste incensaria, de las
cortinas de humo que le han envuelto, salmodiaba: “Santo, Santo, Santo; toda la
tierra está llena de tu gloria”, mientras veía entre sombras como se dirigía a
su propia trasquila, a su propia disminución humana.
Francamente creo que fue un vilipendio
haber tratado el tema de la exclusión de la mujer presbiteriana en México de la
forma que se desarrolló en el debate del Concilio, a la usanza dominical y de
una civilidad republicana, cosmetológicamente y al ritmo de la agenda que la Asamblea
impuso. Los resultados hablan por sí solos. El estatus constitutivo de la mujer presbiteriana no se movió desde lo aprobado en
Mérida, Yucatán, y no lo hizo porque nunca existió. Más ahora era claro que
quedaban excluidas de la posibilidad de acceder a los ministerios de ordenanza,
alejadas así más de sus “pares” masculinos. Por su parte, las pequeñas iglesias
que practicaban una especie de reivindicación igualitaria, ordenando mujeres,
fueron las que se vieron en un estado de contradicción, pues de la noche a la
mañana estas iglesias se convirtieron en infractoras de las nuevas leyes,
entonces también sus autonomías se deslumbraron privatizadas. La Asamblea en
Mérida había sido un asalto en despoblado, el Concilio en Xonacatlán, en el
Estado de México, era el pellizco en el brazo que indicaba que aquello no era
un sueño. Se había golpeado tan fuerte que la inconsciencia era máxima. Aún en
el sueño xonacatlense se seguía creyendo que la civilidad presbiteriana
regresaría si se atañía al orden y a los procedimientos de la jerarquía
institucional...
La suerte de la “disidencia”, pero
sobre todo, de la mujer presbiteriana, en México, no se adivina halagüeña. Pero
está surgiendo un soplo vital como el que acariciaba la superficie de las aguas
terrestres en el origen bíblico que impulsa hoy en dirección contraria a ser de
arriba, en dirección a las experiencias de las desordenadas y expulsadas de
todos los paraísos. Paraísos donde Cronos devora lentamente a sus hijos que
aspiran a ser algo, a ser de arriba y perpetuarse. Paraísos donde no hay
prohibiciones ni expulsiones si puedes pagar, es decir, jurar lealtad a lo
establecido, someter y ser sometido. Paraísos donde se come de la manzana
prohibida, la del esperpento embrujo del capital producida industrialmente, la
de Blanca Nieves de Walt Disney a la espera del beso violatorio y principesco
que le permita despertar, para según, ser alguien, lejos de los siete enanos
capitales, en un fortín aniquilador de otras bellezas y continuar la espiral
ascendente cada vez más violenta.
En realidad
la realidad es la única eterna
nuestro único poder es transformarla.*
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* Mario Benedetti
Apócrifos,
el poder, la feminidad, la masculinidad, las iglesias y lo sagrado.
A
la vida le basta el espacio de una grieta para renacer.
Ernesto Savato.
Sería difícil no apasionarse en una temática donde
se involucra el poder, la feminidad, la masculinidad, las iglesias y lo
sagrado. Tan es así que desde las primeras épocas del cristianismo acontecieron
apasionamientos semejantes, y que los evangelios dejarían constancia.
Esto también suscitara otra gama de escritos proto-cristianos y apócrifos [1]
que apuntalarán, sin empachos, duros cuestionamientos contra el totalitarismo
religioso masculino que se asentaba.
A diferencia
de la mera sugerencia en el Nuevo Testamento de la importancia de la mujer. En
estos relatos, extra-bíblicos, se subrayará explícitamente la calidad de las
discípulas de Jesús [2]; a María Magdalena se le sostendrá como una protagonista
que estará siendo confrontada por la avasallante personalidad de los discípulos
y el acoso oficioso de Pedro. Más aún, se la describe como la más íntima de los
apóstoles y la depositaria de la continuidad y obra del Maestro. El Evangelio
de Felipe, por ejemplo, tampoco es ambiguo a relacionar a Jesús con ellas, y
dice:
"Eran tres las mujeres que siempre caminaban
con el Señor: María su madre, su hermana y Magdalena, a la que llamaban su compañera".
Todos sabemos
en qué finalizó esto, que bien pudiera ser un mito o metáfora, pero se
conformaría un poderío sin paragón de la figura de Pedro que la Iglesia de Roma
ostentaría, en un papado netamente masculino, en línea directa con el antiguo
pescador.
Bien o mal, así se interpretó el Apostolado. María Magdalena, curiosamente, de Apostola
apostolorum, Apóstola de los apóstoles, como le llamó San Jerónimo, el
padre de la exégesis bíblica, sería convertida en un personaje de segunda, casi
invisible, y a lo menos en la prostituta más famosa de todos los tiempos.
Junto con Magdalena y otros personajes de la Biblia, la mujer en las iglesias,
ha sido relegada a una modalidad de ídolo fetichizado, adorno, de rating
iconoclasta, símbolo y presencia sin ningún poder resucitador. Desaforada ha
sido llevada por el vaivén de políticas y comprensiones homocentristas
humillantes.
No
sé si exagere al decir que la iglesia sin la mujer, sin su entera y graciosa
participación, se ha perdido de la mitad de todo; pero sería la perdida de una
mitad retroactiva, multiplicada y acumulada por los siglos. Y lo que ahora
tenemos por mundo, es sólo una sombra empobrecida, en el pecado llevamos la
penitencia, es la soledad planetaria. Tal como en el principio, un mundo aparentemente
“abundante”, lleno de todo, de Dios, pero sin la mujer el resultado no tiene
sentido (Gn 2,20). No olvidemos que ella es la madre de los vivientes, tiene la
fuerza y consigna natural de dar vida. La iglesia, sin la mujer, es justamente un
fantasma. Ella es el cuerpo de donde nacemos y nutrimos.
Vivimos en una crisis de inmensa inconsciencia; de sometimiento a un régimen
mundial que produce grandes cantidades de miseria humana. Todo lo sutil,
frágil, sublime y comunitario, está siendo amenazado de muerte y extinción.
Fue
muy triste que la Iglesia Nacional Presbiteriana de México, en su última
Asamblea, en una reunión más parecida a un mitin político, donde asistiría,
paradójicamente, la gobernadora del Estado de Yucatán [3], el pleno tomara cero
minutos y una postura despótica y machoril, excluyendo de manera oficial y
tramposa a la mujer presbiteriana del canon constitucional. Así ellos se
apropiaron villanamente, aunque digan que democráticamente, de “privilegios”
que también les pertenecían a ellas, y a todos.
Así
como Jesucristo pidió agua a la samaritana para saciar su sed. Así deberíamos
pedir agua, de ella, de la mujer. Con suerte y sus aguas aún no han sido
contaminadas con nuestras vilezas.
__________________ 1. El
calificativo de “apócrifo”, derivado del verbo griego apocrýptō (apartar,
esconder debajo o atrás de algo, reservar), ha venido a reducirse en el uso más
amplio a los libros paralelos de los bíblicos pero sin el connotado don de
la inspiración divina. En este sentido los apócrifos del Nuevo Testamento son obras
que incluyen en su clasificación evangelios, hechos, epístolas y apocalipsis.
Con esta denominación entendemos que tales libros son paralelos a los bíblicos.
Los evangelios apócrifos tratan en alguna medida de los sucesos y personajes de
los evangelios sagrados. Los personajes más representados son Jesús, María,
José. Los sucesos son los relativos a la concepción y nacimiento de Jesús, su
muerte y resurrección.
2. Un ejemplo: aunque Felipe
es el protagonista de este escrito, el Salvador recomienda a Mariamne, hermana
de Felipe, que ayude a su hermano en las tareas de la evangelización, trazando
un carácter del apóstol como de hombre inseguro en sus determinaciones. Y
aunque lo califica de “audaz e irascible”, reconoce que necesita apoyos
puntuales, y pide a la sacrificada mujer, que no lo deje solo porque podría
“crear problemas a la gente” (Hechos de Felilpe 8,95).